miércoles, 16 de diciembre de 2009

La Villa Ilusa. Capítulo 10.

Resumen del capítulo anterior: Después del secuestro de Merlina y viendo que la abuela María no quiere llamar a la policía, Jacinto decide irse de la casona de San Isidro y terminar de una vez con esta historia. Pero no sin antes probar nuevamente los deliciosos scons que cocina la abuela de Merlina. En eso, llega a la casa una hermosa joven para ayudar a encontrar a la pequeña secuestrada y, Jacinto al verla, decide con mucho entusiasmo, quedarse para ayudar a la bella mujer en la búsqueda de Merlina. Ángela, así se llama la recién llegada, le dice que tienen que ir a la Villa Ilusa inmediatamente. Jacinto se niega rotundamente y, por eso, la abuela María lo amenaza con convertirlo en gallina lo que hace que el hombre otra vez se atragante con un scon. Luego, en viaje a la villa, Ángela le cuenta a Jacinto que existen Villas Ilusas en muchos lugares del mundo para preparar a los niños a ser ángeles de la guarda y que existen también los exterminadores que quieren destruírlas y eliminar a esos niños. Jacinto no cree mucho en lo que ella le dice, pero le cuenta a la joven que él, de niño, vio a un duende de verdad y que sueña con volver a verlo. Ese es motivo suficiente para que crea en ángeles y seres elementales.



El pobre Jacinto sintió que ya estaba demente, escuchando y contando historias celestiales que le parecían totalmente delirantes y ridículas. Aunque las cosas que vivió desde aquella noche de tormenta en la que llegó a la Villa Ilusa, no parecían más sorprendentes de lo que escuchaba de los hermosos labios de Ángela y de lo que él se había animado a contar. Pensaba y pensaba mientras conducía el auto por la ruta. Por momentos creyó empezar a recordar más cosas de su niñez, pero eran como flashes que rápidamente se borraban y no hacían más que confundirlo. Decidió abocarse de lleno a la misión en la que, sin querer, se encontraba enfrascado.

—A propósito Ángela, ¿por qué pensás que llevaron a Merlina a la Villa?
—Porque la van a usar como rehén para que todos los niños se entreguen y de esa manera eliminarlos, además es tan pequeña y frágil que David y los demás no se resistirán... Por lo menos, eso es lo que creo.
—¡Ay Ángela! Quisiera saber por qué estoy metido en este lío, porque él que va a necesitar un ángel que lo proteja soy yo...
—Usted ya tiene un ángel —le dijo ella mirándolo a los ojos con una ternura que lo hipnotizó de tal manera que el viejo Ford salió del camino para enfilar directo a un pino, y fue la joven la que de un manotazo tomó el volante para esquivarlo y volver a poner el auto otra vez en la ruta, mientras el hombre la miraba como un tarado.

Se hizo una noche muy cerrada a medida de que se iban acercando al desvío del camino que los llevaría hasta la Villa. Ya habían comenzado a bajar la pendiente hacia el bosque de pinos. Jacinto miraba el cielo esperando que se desatara una tormenta como aquella primera vez en la que vio el cartel que indicaba ese camino, pero, si bien no había luna, el firmamento era un cúmulo de lucecitas brillantes que titilaban. Una verdadera belleza que el hombre estaba acostumbrado a apreciar en sus largas travesías por los caminos del país vendiendo seguros de vida. Respiró aliviado y miró con ternura a la joven sentada a su lado que, como un angelito, dormitaba muy tranquila.

VILLA ILUSA 1 KM. Allí estaba ese cartel, a cincuenta metros del auto e iluminado por sus faros. Allí estaba el comienzo de quién sabe qué nuevos problemas para el pobre Jacinto, pero ahora envalentonado por la presencia de Ángela a la que ya amaba o por lo menos eso creía sentir.
—Ángela, despertate, estamos llegando... —le decía a la joven, cuando un rayo terrible cayó delante del viejo Ford destruyendo el pavimento. Jacinto desesperado lo esquivó saliendo del camino y, cuando intentó volver, otro rayo cayó al costado del auto, y luego otro y otro y Jacinto, que iba en zigzag de un lado al otro de la ruta, ya no pudo resistir esa andanada de rayos que parecían misiles intentando destruir su auto y fue a parar de lleno contra un gran pino, destrozando el frente del vehículo que ya no arrancaría más.
Luego de un momento de silencio que pareció eterno, fue Ángela la que reaccionó:
—Jacinto, ¿está bien? Por favor, contésteme...
Jacinto la miró y por un momento creyó estar en el cielo.
—¿Sos vos, Ángela, o la virgen María? —le dijo como si estuviera despertando de un sueño.
—Soy yo y creo que lo único roto aquí es el auto. Menos mal que teníamos puesto el cinturón de seguridad...
Jacinto bajó del viejo y ahora pobre Ford, miró al cielo y vio lo mismo que unos instantes atrás: millones de estrellas brillando en una noche maravillosa y, a los costados del camino, los pinos como negras siluetas quietas, sin una pizca de viento que los agitara.
—Pero... Pero... No entiendo qué pasó...
—No fue una tormenta, Jacinto, fueron ellos tratando de advertirnos de que no nos acercáramos a la Villa, eso confirma mis sospechas de que a Merlina la llevaron hasta allí...
—Dios mío y yo que tenía alguna esperanza de que ahora todo fuera más fácil —se lamentó Jacinto.

Los pinos parecían decididos a tragárselos a los dos. La noche era más negra aún, porque ya la espesura no dejaba ver las estrellas; caminaban casi a tientas rumbo a la Villa. El miedo a perderse por momentos paralizaba al hombre que sacaba fuerzas de quién sabe dónde, para que Ángela se sintiera protegida por él.
—Si por lo menos tuviera un arma para enfrentar a estos seres oscuros —le decía.
—Ni lo piense, no les haría mella —le aseguraba Ángela.
—¡Un jarrón, eso, un jarrón es lo que necesito! —gritó Jacinto con mucha rabia.

En la inmensidad de la noche, con el canto de los grillos acompañándolos, cada pisada que daban era un triunfo, un metro ganado en su camino a la villa. Miles de ojos los seguían, ojos de seres que viven en la naturaleza. Lejos del ruido los vigilan, para que no osaran destruir toda esa belleza acumulada en troncos, hojas verdes y amarillentas, nidos de pájaros multicolores e insectos propietarios del lugar con papeles que lo certifican en el cielo; elegidos por los dioses de todo el universo.

De pronto, una pequeña figura se les apareció frente a ellos, lo que hizo que se detuvieran de golpe para ponerse en guardia. Una silueta. Incertidumbre. Los ojos que se acostumbraron a la negrura de la noche divisan mejor lo que tienen enfrente.
—¡Es David! —gritó Jacinto—. ¡Maldito brujo, nunca creí que me iba a alegrar tanto de verte!
Sí, David, el pequeño mago que haciendo gala de su poder comenzó a crecer y crecer, sorprendiéndolos, hasta transformarse en un gigante, y su cara fue cambiando desde una expresión pasiva hasta el odio total. Monstruosa, espeluznante. Con un rugido, se lanzó sobre la pareja abriendo su boca para tragárselos a los dos, lo que hizo que Jacinto sólo atinara a taparse la cara con las manos por el terror mientras escuchaba un tremendo alarido. Luego... Silencio. Nada.
Despacito fue abriendo sus dedos para espiar por entre ellos, pero lo único que vio fue la negrura de la noche y para su sorpresa ni siquiera Ángela estaba a su lado.
—¡Ángela, Ángela! ¿Qué te pasó, dónde estás?, por favor no quiero estar solo... Tengo miedo... —suplicaba mientras buscaba desesperadamente a su alrededor la presencia de la joven.
—¡David se la devoró, no lo puedo creer! ¿Pero adónde fue este hijo de...? ¿Dónde estás maldito monstruo abominable? ¿Ahora vas a venir por mí?





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