jueves, 29 de octubre de 2009

La Villa Ilusa. Capítulo 3.

Resumen del capítulo anterior: A Jacinto Desanzo, una noche de tormenta, lo sorprende en la ruta viajando en su auto. Por suerte, ve un cartel en la banquina que indica a la derecha: VILLA ILUSA 1 KM. Toma el camino encontrándose con unas casitas y una hostería y restaurante en un bosque de pinos. Pide un cuarto para pasar la noche. Mientras se lo preparan en el primer piso de la hostería, le sirven un plato de comida caliente. Comienza a comer y, nota que un niño de doce o trece años lo observa con interés. Lo llama, el niño se acerca, y entonces Jacinto le hace un truco: alarga su mano hasta la oreja del niño sacándole una moneda. El niño lo sorprende haciéndole lo mismo a Jacinto, pero sacándole de la oreja un ramito de flores.

Jacinto Desanzo ya ronda los treinta y ocho años; soltero y con no mucha suerte para el amor, aunque, una que otra novia supo tener en alguno de los pueblos que visita vendiendo una prometida vida mejor, a aquellos que pierden algún ser querido. Tampoco se puede decir que es un hombre guapo, pero su simpatía y aparente bondad, a veces lo hacen atractivo para alguna dama desprevenida. De niños ni hablar, para él son pequeñas molestias en la vida de los mayores y, teniendo en cuenta que no recuerda casi nada de su niñez, está seguro de que jamás hubiera sido un buen padre, y tampoco casarse está en sus planes.

Se levantó a la mañana descubriendo que era un hermoso día de sol, lo que lo alegró, porque seguiría su viaje tranquilamente. Se duchó, se cambió, y mientras guardaba sus cosas en un bolso para luego ir a desayunar y marcharse, otra vez sintió que alguien lo observaba. Era una niña de unos tres o cuatro años que lo miraba desde la ventana. Jacinto la miró con aire distraído, le hizo una mueca simulando una sonrisa y siguió preparando su bolso; cuando de pronto reaccionó y se dijo a si mismo casi gritando: -¡pero si estamos en un primer piso!- Corrió hacia la ventana y vio a la niña suspendida en el aire. Se restregó los ojos porque no creía lo que veía y cuando volvió a mirar, la niña ya no estaba. Tembló de miedo pensando que la pequeña se había caído, y la vio, allá abajo alejándose caminando por la calle, mientras giraba su cabecita para mirar por sobre el hombro, la cara de asombro de un hombre que ya se preguntaba algunas cosas.

Mientras le pagaba su noche al cantinero, Jacinto le contó de su experiencia con la niña, pero el hombre de la barra no le prestó mucha atención.
Resignado se dirigió a su auto, se subió y giró la llave para darle arranque; pero no lo logró. Lo intentó una y otra vez y nada: parecía estar ahogado. Maldijo en voz alta y se dio cuenta de que dos nenes y una nena lo miraban. Se puso nervioso.
Se bajó del auto, abrió el capot mientras murmuraba: -El carburador debe estar húmedo- y se quedó mirando el motor, del que y a pesar de sus interminables viajes por ruta, no tenía ni la menor idea de cómo funcionaba. Jamás le interesó la mecánica. -¿No habrá un mecánico por acá?
Los tres niños ahora estaban a su lado observándolo todo. Ya para Jacinto, esto se estaba poniendo insoportable cuando uno de ellos levantó la mano, la puso encima del carburador por unos segundos, y luego la retiró para volver a mirar fijo al hombre que se quedó un rato sosteniendo la mirada del niño con cierta desconfianza.
-No, no puede ser, esto para mi es demasiado, no puedo creer que...
Subió otra vez al auto, giró la llave con mucha expectativa y este arrancó. Cerró el capot, miró al pequeño que aparentemente le había arreglado el auto mágicamente, intentó decirle algo pero volvió a subir poniendo primera y se alejó por el mismo camino por el que había llegado la noche anterior.
-Estos pibes deben estudiar magia o algo así, estoy seguro, ¿pero en este pueblo perdido? Seguro que lo hacen por correspondencia; también con lo que deben aburrirse aquí, si no hay nada, cuatro casas locas... ¿Pero qué estoy diciendo? ¡Arrancó de casualidad!

Jacinto pensaba en voz alta todas estas cosas, como siempre lo hacía relojeando el asiento de al lado, mientras trataba de acercarse a la ruta lo más pronto posible, hasta que se dio cuenta de que ya llevaba como cuatro kilómetros recorridos. Paró el auto. Adelante sólo se veían pinos, pinos y más pinos y se dijo a sí mismo: -Me debo de haber equivocado de camino, es que anoche estaba tan oscuro que... Mejor doy la vuelta y... Dios, ¡no puede ser!
Cuando miró por el espejo retrovisor para dar vuelta el auto y volver, vio a unos diez metros detrás, a varios niños y niñas parados en el camino observándolo. Evidentemente lo habían seguido, ¿pero cómo? Sintió pánico, realmente estaba asustado. Respiró hondo, descendió del auto y, envalentonado, enfrentó a los niños acercándose con cuidado.
-¿Cómo diablos llegaron hasta acá? Si hice como cuatro kilómetros. ¡Ah! Ya sé, seguro di vuelta en círculos y estamos otra vez en la villa…- Mientras les hablaba, miraba nervioso de un lado a otro buscándola -¿dónde está que no la veo?
-No- dijo el niño que la noche anterior le había sacado el ramito de flores de la oreja y que parecía ser el mayor de todos, -estamos lejos de la villa y ahora todos vamos a volver...
-¿A volver? Yo voy a encontrar la ruta y me voy a largar de aquí pequeños brujos hijos de…
Los niños se hicieron a un costado del camino y Jacinto, apretando los dientes por la rabia que sentía, dio vuelta sobre sus talones para dirigirse al auto, quedándose petrificado por lo que veía. El vehículo ya apuntaba para volver; se había dado vuelta solo. Se pegó un susto terrible. Resignado y temblando, manejó su auto sabiendo con lo que se iba a encontrar: la Villa Ilusa y su hostería y restaurante.

-¿Quiénes son estos chicos? Tienen poderes, me trajeron de vuelta hasta acá y yo lo único que quiero es irme...
-Su habitación está lista- fue la tajante respuesta del cantinero.

jueves, 22 de octubre de 2009

La Villa Ilusa. Capítulo 2.

Resumen del capítulo anterior: Jacinto Desanzo, un viajante vendedor de seguros de vida, es sorprendido por una fuerte tormenta viajando con su viejo Ford, de noche, en una ruta rodeada por un bosque de pinos. Comienza a preocuparse por la poca visibilidad y porque todavía faltan muchos kilómetros para llegar a la ciudad más próxima. Jacinto, es un hombre solitario y fabulador. Cuenta, cuando tiene alguna oportunidad, dos anécdotas a quien quiera escucharlo: La de una mujer luminosa que una vez le hizo señas en el camino para que se detenga, y sobre un OVNI que lo persiguió un miércoles para llevarlo a Marte.


La cuestión es que, esa noche de tormenta a la que me refería al principio de este relato, era cada vez más terrible, y esto empezaba a preocupar a Jacinto.
-Si encontrara un lugar para pasar la noche- se decía a sí mismo en voz alta mientras agudizaba su vista para ver mejor el camino, cuando de pronto vio un cartel casi escondido, en la banquina de la ruta, que señalaba a la derecha:
VILLA ILUSA 1 KM.
Tuvo que dar marcha atrás porque se le apareció tan de repente que logró frenar unos metros más adelante.
-¿Villa Ilusa?, ¿Ilusa? Parece un chiste y seguramente no figura en ningún mapa, pero bueno qué sé yo, está cerca y además tengo hambre…
Salió de la ruta tomando el camino que señalaba el cartel, y que estaba bastante barroso, en dirección a la villa. Le pareció que había recorrido más de un kilómetro, cuando comenzó a ver unas casitas pequeñas casi escondidas entre los pinos y apenas iluminadas.
-"Debe de haber un lugar donde pasar la noche"- pensó, mientras luchaba por mantener su auto, que patinaba en el barro bajo la lluvia lo más derecho posible. Y lo vio, un cartel colgando de dos cadenas y oscilando por el viento indicaba:
HOSTERÍA Y RESTAURANT VILLA ILUSA
Era justo lo que necesitaba. Estacionó, bajó del auto, se empapó recorriendo los tres ó cuatro metros hasta la puerta del restaurante, pero no le importó, de pronto la noche no parecía tan mala.
-Buenas noches- les dijo Jacinto a los pocos parroquianos que se encontraban en el lugar -Si se pueden llamar buenas, ¡je! ¿Qué nochecita, no?- siguió, haciéndose el simpático. Ninguno de los pobladores dijo una palabra; solo lo miraron inexpresivos como si no les importara su llegada, para luego continuar con lo suyo: comiendo, bebiendo algún vinito algunos y otros jugando al dominó. -‘’Deben ser menonitas’’- murmuró Jacinto en un susurro y para sus adentros.

Se acercó a la barra, pidió un cuarto para dormir, y mientras se lo preparaban en la parte alta del restaurante, se sentó a disfrutar de un buen plato de comida caliente que le sirvió una señora regordeta que parecía ser la cocinera. Estaba delicioso y Jacinto realmente se sintió feliz de haber encontrado ese lugar perdido en esa noche de perros.

Mientras comía le pareció que alguien lo observaba. Era un niño de unos doce o trece años que estaba detrás de la barra. Jacinto le sonrió y siguió comiendo aunque sentía que el niño no le sacaba los ojos de encima. Eso lo puso un poco inquieto. Ante la insistente mirada del niño, decidió llamarlo:
-A ver, nene vení... dale vení.- El chico se acercó tan serio como lo miraba. -¿Cómo te llamás?- El niño no contestó. -¿Qué pasa, te comieron la lengua los ratones?- le preguntó Jacinto en un tono compinche. El pequeño siguió mirándolo sin inmutarse.
Entonces Jacinto, que de su recorrido por infinidad de pueblos y de haber pasado tantas noches en cantinas y restaurantes de lo más variados, algunos trucos se había aprendido, estiró su brazo y acercó su mano hasta la altura de la oreja del niño diciéndole:
-A ver, a ver que tenés acá, hmm- e hizo que sacaba una moneda de su oreja, y se la dio con una enorme sonrisa mientras le decía: -Me parece que hoy no te lavaste las orejas ¿no? ¡Je!
Jacinto, creyó que con su truco, ya que todos los parroquianos lo miraban, se estaba ganando la simpatía de ellos, cuando de pronto, el pequeño hizo lo mismo que él: estiró su brazo hasta la oreja de Jacinto, hizo un chasquido con sus dedos, y volvió con un pequeño ramito de flores en su manita entregándoselo y dejándolo perplejo.
-Tiene un jardín en la oreja- le dijo el niño en ganador, dando media vuelta y volviendo a su lugar en la barra del restaurante. El pobre hombre escuchó, apenas, una risita burlona de alguno de los parroquianos.

viernes, 16 de octubre de 2009

La Villa Ilusa. Capítulo 1.


Hoy comienza: La Villa Ilusa. Es un cuento largo o novela corta que iré publicando en capítulos semana a semana. Serán 24 en total, de una historia llena de humor, magia, fantasías y sueños de un mundo mejor. Cada capítulo ira acompañado con ilustraciones realizadas por mi amigo Berni Torre, él también creó el logo que encabeza este cuento.
Mi sueño es que sigan esta historia hasta el final. Mi agradecimiento a Berni por acompañarme en esto y a todos ustedes, amigos, por leerme, emocionarse, o no, con un cuento que escribí desde el corazón y con mucha ilusión.

Con ustedes: La Villa Ilusa.



El limpiaparabrisas del viejo Ford de Jacinto Desanzo funciona a su máxima velocidad. A pesar de ello, la intensa lluvia no permite tener una buena visión del camino apenas iluminado por los débiles faros del auto. El hombre mira por el espejo retrovisor y sólo ve la oscuridad de la noche. A los costados de la ruta se levantan inmensos pinos que seguramente le dan una belleza singular al lugar, pero que, en esa noche de tormenta, parecen monstruos gigantes dispuestos a arrojarse al auto para devorarlo. Unos kilómetros más atrás, el camino había comenzado a descender en una pendiente que lo llevaría a este frondoso bosque.

Jacinto Desanzo es un hombre acostumbrado a viajar por todo el país vendiendo seguros de vida, eso es lo que hace para ganarse la vida, y esa noche, la tormenta, lo había tomado desprevenido cuando todavía le quedaban unos 80 kilómetros para llegar a la próxima ciudad.
Su soledad casi permanente es un motivo lógico para que siempre hable solo, imaginando a un compañero de viaje sentado a su lado; de hecho cada vez que lo hace, mira de costado el asiento de al lado, instintivamente.
Cuando tiene oportunidad de hacerlo realmente, con algún cliente de sus seguros de vida o con un improvisado y solitario comensal, en alguna cantina o restaurante donde parara para comer, no deja pasar la oportunidad de contar algunas de sus anécdotas de viajes, a las que llama: "Viajes con misterio y llenos de momentos extraños que asombrarían al mismísimo Spielberg". Un título largo pero cautivador para los que tuvieran la suerte, o no, de escucharlo; aunque, algunas de esas personas, seguramente no tengan ni idea de quien es Spielberg. Para Jacinto, con haber visto ET, ya es suficiente para que forme parte de su título enigmático, de hombre viajado, con experiencia, y conocedor de largas rutas que gastan los neumáticos de su auto sin piedad para con su pobre economía.

Le gusta contar, en esas pocas oportunidades que la vida le brinda, que una noche sin luna, vio al frente en el camino, una luz intensa que le llamó la atención... Fue acercándose con su auto… y, cuando estaba a unos 50 metros, se dio cuenta de que esa luz la irradiaba una mujer vestida de blanco que, con su manos levantadas... le pedía que se detuviera… A Jacinto le encanta hacer pausas en el relato para darle más suspenso a la cosa.
Resulta entonces que, asustado ante aquella aparición repentina, aceleró el auto pasando por encima de la mujer luminosa sin que ello le infligiera ningún remordimiento, porque se imaginó que era un fantasma, y después de todo los fantasmas se suponen que están muertos, entonces nadie lo iba a culpar de algo malo.
Cuando al fin se detuvo… 45 kilómetros después... En una gasolinera, la puerta del lado del acompañante se abrió sola como si alguien hubiera descendido y luego inmediatamente se cerró… Sola.
Jacinto cuenta que se sintió descomponer y corrió al baño. Cuando regresó ya más aliviado por fin, el empleado de la gasolinera después de preguntarle cuánto cargaba de combustible, le entregó un pañuelito con figuras de angelitos bordadas en él, diciéndole:
-La joven de blanco que usted trajo hasta aquí le dejó esto en agradecimiento y se…
No terminó la frase porque el pobre Jacinto cayó de espaldas totalmente desmayado.

Otra cosa que cuenta, y aquí paramos con esto porque sus anécdotas spielberianas no superan estas dos, es que en una oportunidad lo persiguió un OVNI durante 200 kilómetros, claro que el velocímetro de su viejo Ford sólo marcaba 2 kilómetros recorridos y su reloj 5 minutos de tiempo transcurrido. Nunca supo que pasó, pero él asegura que estuvo en Marte... Aunque sucedió un miércoles. Esto último forma parte del humor de este hombre solitario y buenazo, para aquellos que lo conocen.

O Jacinto es un hombre con una gran imaginación hasta convertirse en un espléndido fabulador, o realmente le pasaron estas cosas, lo cual es una suerte, aunque depende del temple de cada uno ¡pero que tiene para contar! no cabe ninguna duda: poco, pero bueno.