jueves, 18 de febrero de 2010

La Villa Ilusa. Capítulo 19 y epílogo.

Resumen del capítulo anterior: Los millones de avispas que atacaron a nuestros héroes produciéndoles heridas en todo el cuerpo con sus aguijones y destrozando sus alas, estallaron como si una bomba nuclear explotara y cayeron al lago que antes se había formado. Las heridas en los cuerpos de Jacinto, Merlina, los niños-ángeles y el cantinero Gabriel se curaron mágicamente y todos pudieron volver a volar con sus alas sanas nuevamente. Ángela, vestida con una túnica blanca y envuelta en un halo de luz, los salvó con su poder de esta agresión de los exterminadores. De pronto sintieron un cimbronazo terrible al abrirse las aguas del lago, y surgió de la profundidad una esfera enorme conteniendo en su interior a la Villa Ilusa con todas las casitas, la hostería y restaurant, los humanos, los gnomos, hadas y los patitos exterminadores, completamente sanos y salvos. La Villa Ilusa se elevó como una nave y se perdió en la inmensidad del cielo. Todos se dieron vuelta para compartir esta alegría con la bella Ángela, pero se había ido. Quién sabe adónde. Jacinto y Merlina se despidieron de los niños-ángeles y del cantinero Gabriel y emprendieron el viaje, volando con sus alas, a la casona de la abuela María. Días después, Jacinto leyó en el periódico, sobre el lago que se formó al abrirse un dique con la intención de construir a su orilla un hotel 5 estrellas. También leyó que un OVNI se vio en la zona y así supo que los OVNIS no existen; son Villas Ilusas que viajan de un lado a otro de la Tierra. Dejó el diario y comenzó a planear su nueva vida con Merlina y la abuela María para cumplir con su misión divina de ángel de la guarda.


El viejo Renault de Jacinto Desanzo estacionó frente a la pequeña casa en Lanús.
El ahora jardinero, sin moñito ni esmoquin, lo saludó agitando su mano desde el rosal que podaba quitándole las hojas secas. Jacinto entró en la casa de la que se había ausentado por unos días, como lo hacía siempre que salía a vender sus seguros de vida.
—¡Hola! ¿Hay alguien en casa? ¡Merlina, María!
En la cocina, la abuela María, preparaba los ricos scons que la caracterizaban, mientras miraba televisión. Lo recibió con alegría:
—¡Jacinto, bienvenido! ¿Vendió muchos seguros esta vez?
—Más o menos, pero no importa, no hay nada mejor que sus scons, deberíamos comercializarlos, qué quiere que le diga.
Merlina salió de su cuarto feliz por la llegada de nuestro héroe.
—¡Hola tío! Te extrañé mucho esta vez.
—¿En serio, más que otras veces? A ver mi chiquita, contame por qué.
Merlina, luego de darle a su nuevo y más querido tío un interminable abrazo, se puso seria por lo que tenía que decir:
—Justamente por eso, porque ya no soy chiquita...
—Sí que sos mi chiquita, si apenas tenés doce años y...
—Y ya pronto voy a tener que irme a hacer mi trabajo, y vos lo sabés mejor que nadie, desde que la abuela María tuvo que vender la casona de San Isidro por las deudas, ustedes hicieron un gran sacrificio para prepararme para esto.

Sí, Jacinto lo sabía mejor que nadie, y era suficiente para que sintiera tristeza por eso. Junto con la abuela María la habían preparado para que cumpliera su condición de ángel y ya era hora. Jacinto sabía que también él tenía que irse pronto a proteger a otro niño en algún lugar del mundo.
—Sí mi pequeña, seguramente ya te han crecido las alas —dijo la abuela María con los ojos humedecidos.
—Y son tan hermosas como las de ustedes —le aseguró Merlina.
Jacinto, un poco acongojado por una realidad que no podrían evitar, tomó uno de los scons que tanto le gustaban del plato que María preparó para tomar el té, y mientras comenzaba a saborearlo, se quedó con la mirada clavada en el televisor, que mostraba un programa de una cadena internacional de noticias. En realidad, casi con la mirada perdida por los pensamientos que llegaban a su mente, de estos últimos años vividos en familia y en los que había sido muy feliz.

En ese programa de la televisión, se veía algún lugar de Africa, América latina, Asia o de otro punto del mundo. En él, una monjita de rasgos hermosos y ojos azules como el mar, le pedía al mundo ayuda para unos niños desnutridos, flaquísimos, que moqueaban y lloraban rodeados de moscas que parecían ensañarse con la fina piel que les quedaba. Ella les pedía a las naciones la ayuda que seguramente no llegaría y que si llegara, tampoco sería suficiente.
Pero ella insistía, poniendo su bellísima cara aniñada bien cerca de la cámara que la mostraba en todo el mundo.
Entonces, Jacinto abrió los ojos como platos con dos huevos fritos encima, y comenzó a gritar con el scon en su boca.
—Egs... Egs... Egs eglla... Migren... Egs...
—Qué te pasa tío por favor... —Se asustó Merlina.

Tremendo fue el golpe en la espalda que otra vez le tuvo que dar el ex mucamo al atragantado Jacinto, una vez más con un scon.
Por fin y ya con la garganta liberada, pudo hacerse entender:
—¡Es Ángela, la monjita es ella, Ángela! —repetía una y otra vez.
—¡Es verdad es ella! —exclamó exaltada y feliz la abuela María.
—¡Es Ángela! y yo creía que desde aquella vez nunca más la volvería a ver... —Con lágrimas en los ojos Jacinto abrazó a Merlina, que no recordaba mucho a la bella Ángela, pero muchas veces había escuchado a su abuela y a su tío querido hablar de ella.
En la pantalla del televisor entonces, apareció un número telefónico con el que la monjita Ángela pedía colaboración para esos niños oprimidos: 0-800-444 -VILLAILUSA.
—Ya sé adónde tengo que ir tío Jacinto… Uno de esos niños me necesita —dijo entonces Merlina.
-Y yo voy a acompañarte, mi querida hija, a mí también alguien me necesita.

Epílogo.

La preocupación de nuestro héroe era volver a dejar sola a la abuela María, ya más anciana aunque tan vital como siempre. Pero María, sabiendo que esto tenía que ocurrir en algún momento, ya había previsto todo. Otra vez, como en algún momento de esta historia, sonó el timbre de la puerta y la que llegó fue Vida para acompañar a la abuela de Merlina todo el tiempo que fuera necesario. De todos modos, Jacinto se preocupó porque pensó que vendría con nuevas advertencias como aquella vez en la Villa Ilusa. La abuela María lo tranquilizó y entonces Jacinto pensó por fin: "Se llama Vida, con ese nombre me puedo ir muy tranquilo por la salud de María."

Y hacia allí volaron Jacinto Desanzo y Merlina. A encontrarse con la dulce Ángela para ayudarla en su lucha por el bien; por el triunfo de los buenos. Con la misión de lograr un mundo mejor para niños y adultos. Sin exterminadores de ángeles de la guarda; con gobernantes que piensen que no están solos en el mundo, sino con personas que están aquí como ellos y con las mismas esperanzas de vida. Una vida en un mundo mágico y soñado, con niños felices y sanos, como siempre debe ser.
Jacinto y Merlina volaron, sabiendo por lo que ya vivieron que no les será nada fácil la misión. Por eso, y por la pasión que he puesto en contarles esta historia a todos ustedes, quizá otra apasionante aventura muy pronto comenzará.

FIN

jueves, 11 de febrero de 2010

La Villa Ilusa. Capítulo 18.

Resumen del capítulo anterior: Un mar de agua dulce sepultó a la Villa Ilusa con todos dentro: Jacinto, Merlina, Ángela, el cantinero Gabriel, los niños-ángeles, los humanos, los gnomos y hadas, hasta los patitos exterminadores. Luego quietud de las aguas, silencio. Una cabeza emergió a la superficie: Jacinto sosteniendo a Merlina en sus brazos. El hombre-ángel agitó sus alas mojadas para elevarse y ver desde el cielo el horrendo panorama. Todo el bosque de pinos había sido inundado por la fuerza del agua al abrirse un dique por ingenieros que no tenían idea de que allí se encontrara la Villa Ilusa... O si. De pronto aparecieron los niños-ángeles, con David a la cabeza y el cantinero Gabriel que agitando sus alas se juntaron con Jacinto y Merlina. Ángela no estaba con ellos. Temieron que la bella mujer-ángel no hubiese podido salvarse. Probablemente los humanos habitantes de la Villa Ilusa, tampoco. De repente Merlina divisó en el horizonte una nube negra que se acercaba velozmente produciendo un zumbido que hería los oídos. Se aprestaron a defenderse de este nuevo ataque de los exterminadores de ángeles. Millones de avispas los atacaron clavando sus aguijones en la piel de cada uno y destrozando sus alas de manera terrible. No pudieron resistir tanta agresión y cayeron a las aguas del enorme lago que se había formado y en segundos se ahogarían.


Una luz, una explosión de luz intensa de repente encegueció a todos. Las avispas se alejaron de los cuerpos de Jacinto, Merlina, de todos, y estallaron como si una bomba nuclear las destruyera. Los millones de insectos cayeron al lago desapareciendo en su superficie. El cielo se limpió y volvió a su azul intenso, con algunas nubes blancas y puras que dibujaban hermosas figuras allí arriba, como si nada hubiera pasado jamás.
El dolor por las heridas causadas por las avispas comenzó a cesar. Merlina, que lloraba desconsoladamente, se calmó al ver que los pinchazos en su cuerpito desaparecían y cicatrizaban instantáneamente. La piel de todos volvió a ser normal, sana, y sus alas recuperaron las fuerzas. Se elevaron nuevamente sintiéndose como nuevos.

Ángela, envuelta en un halo de luz inmenso e intenso, estaba frente a ellos socorriéndolos con un enorme poder, evitando que fueran vencidos. Jacinto sintió que por segunda vez le salvaba la vida.
Su figura blanca era bellísima, con sus brazos abiertos y una túnica que la vestía y ondeaba suavemente por el viento. Jacinto amó más que nunca en ese momento a su ser celestial, que se empecinaba en salvarlo una y otra vez. La amó como los hombres de otras épocas amaron a sus dioses y diosas del Olimpo.
Los niños-ángeles, el cantinero Gabriel y Merlina observaban a este ser alado tan hermoso con profunda admiración y agradecimiento. Felices de verla de nuevo y de saber que todos habían sobrevivido a la terrible inundación.

Pero otra vez un ruido muy fuerte los envolvió, como si el mundo entero estallara; un simbronazo terrible. Jacinto miró al cielo harto y decepcionado, por lo que presumía un nuevo ataque de los exterminadores de ángeles de la guarda. ¡Otra vez no! ¿Hasta cuándo, por Dios? Todos se dieron vuelta aprestándose a defenderse como pudieran, y lo que vieron fue que, allá abajo, el agua del lago se abrió como si fuera a emerger una montaña, un volcán encendido. Pero no fue ni una cosa ni la otra, sino una media esfera enorme conteniendo en su interior a la Villa Ilusa. Intacta. Con sus pocas casitas y la hostería y el restaurante perfectamente sanos y salvos, tan coquetos como Jacinto los había visto en sus días vividos allí.

La Villa Ilusa se elevó frente a ellos como si fuera una nave; todos sus habitantes: el doctor, la maestra, sus mujeres y hombres estaban allí, vivos, acompañados por las hadas, los gnomos, los duendes y los patitos exterminadores nadando en un lago que se formó artificialmente.
La Villa Ilusa se elevó viajando ahora quién sabe adónde, y comenzó a ocultarse entre las nubes, a irse lejos hasta perderse de vista.
Para Jacinto, el cantinero Gabriel y los niños-ángeles, esto ya colmaba cualquier expectativa; se miraban entre ellos esperando que alguien tuviera una explicación posible, pero también muy felices por la Villa, que seguramente iría a instalarse en algún otro lugar.
Se dieron vuelta para compartir su alegría con Ángela, pero ya no estaba allí. Se había ido. Quizás con la Villa Ilusa o, pensó Jacinto, a realizar otros milagros en cualquier otra parte del mundo.

Ya no había otra cosa qué hacer. Se despidieron allí en el cielo y cada uno tomó distintas direcciones, a otras Villas Ilusas o al encuentro de algún niño que proteger y así cumplir con sus misiones.
Entonces Jacinto emprendió el regreso. Voló muy lejos de allí con Merlina. Lo hizo escoltado por hadas que se turnaban para no dejarlos solos. Protegiéndolos. La Villa Ilusa ya era un recuerdo. Su meta era la vieja casona de la abuela María. Lloró todo el trayecto por Ángela, su ángel amado, y por los niños a los que seguramente ya no volvería a ver. Por el mago David, al que le había tomado cariño, y por todos los hombres y mujeres de buena voluntad que habitaban la Villa Ilusa. Y también por todos los seres humanos de este mundo maltratado por nosotros, por nuestra casa, nuestra única casa.

Pocos días después, tranquilo, en el enorme living de la casona de María, leía en el periódico sobre las protestas de ambientalistas en ese dique que fue abierto para inundar aquel bosque de pinos, con la intención de crear un nuevo lago más grande, y a su orilla, construir un hotel enorme, cinco estrellas, con playa, embarcadero y todo para turistas muy pudientes.
Otra noticia hablaba de un OVNI que algunas personas vieron cerca de la zona del nuevo lago. Jacinto entonces comprendió que los OVNIS, como el que creyó ver un miércoles, encima de su viejo Ford, en verdad no existen. No vienen de Marte ni de ningún planeta lejano; son de aquí, de este mundo. Villas Ilusas que viajan de un lado a otro de esta Tierra nuestra, cuando son amenazadas por los seres oscuros que intentan destruirlas, y así exterminar a los niños que allí aprenden a ser ángeles.
Jacinto dejó el diario sobre una mesita, se recostó en el sofá, cerró los ojos y comenzó a planear una nueva vida para él, Merlina y la abuela María. Tenía que empezar a cumplir con su misión divina en esta Tierra.


jueves, 4 de febrero de 2010

La Villa Ilusa. Capítulo 17.

Resumen del capítulo anterior: Al otro día del que Jacinto, sin proponérselo, convirtiera a los exterminadores en patitos con un hermoso plumaje amarillo, el doctor de la Villa Ilusa sacó sangre de las venas de nuestro héroe y la inyectó en las venas de Ángela y David para que recuperaran sus poderes. Todos se sentían felices en la Villa por este triunfo sobre los exterminadores. Jacinto hacía planes para construir un lago para los patitos y Ángela se preocupaba porque no creía que ese ataque hubiera sido el último de estos malvados. Ella esperaba algo peor. Jacinto intentaba convencerla de que ya todo había pasado, que se tranquilizara, mientras se quejaba porque Merlina le movía la silla en la que estaba sentado, pero Merlina se encontraba a unos metros de él. David sintió también que su silla se movía. De pronto toda La Villa Ilusa comenzó a temblar. Salieron corriendo fuera de la hostería y restaurante unos segundos antes de que esta se desplomara por completo. Las casitas de la Villa se desmoronaban como castillos de naipes. Toda la Villa Ilusa temblaba como en un terremoto y, de pronto, silencio... Quietud... Escucharon un sonido burbujeante, se aprestaron a recibir lo que podría ser un nuevo ataque de los exterminadores de ángeles y sorpresivamente aparecieron por los cuatro costados de la Villa, olas impresionantes que los sepultó a todos como un mar embravecido y sin piedad.


Un mar de agua dulce inmenso hasta donde alcanzara la vista se formó de pronto. El cielo limpio tiñó de azul el agua que poco a poco fue aquietándose.
Luego, nuevamente silencio... Calma... Y una cabeza que salió a la superficie con la boca bien abierta tomando aire, más un cuerpecito que, abrazado a este hombre, respiró abriendo su boca desesperada y tosió escupiendo agua. Jacinto y Merlina.
Jacinto intentó mover sus alas mojadas y de a poco lo consiguió; de esta manera comenzó a elevarse sosteniendo a la pequeña y asustada Merlina hasta lograr una altura considerable y ver el horrendo panorama. Todo era agua, apenas aparecían las puntas de los pinos más altos.

—¿Qué pasó, dónde están los chicos y Ángela? —preguntó Merlina llorando. Jacinto, angustiado, no respondió. Sabía que quizá no habían podido escapar, sabía que todos los humanos, sus nuevos amigos, seguramente habían muerto ahogados, oprimidos por los poderosos que decidieron exterminarlos, sabía que esto es siempre así. Su esperanza era que Ángela, David y los niños sí hubieran podido escapar como él y Merlina, pero no veía a nadie con vida alrededor. Solo agua, agua y más agua.
Jacinto dio vueltas volando por el lugar sin alejarse, con la esperanza de ver a Ángela y a los niños también volando. Observó cerca de allí un río muy correntoso que desembocaba en un pequeño lago casi vacío, y este a un dique abierto supuestamente por unos ingenieros para inundar el bosque de pinos donde se encontraba la Villa, esa Villa Ilusa que, por supuesto y seguramente, no tenían idea de que existíera. Posiblemente uno de esos ingenieros fuera un exterminador. Es lo que pensó Jacinto. El terremoto previo a la inundación carecía de toda lógica.

—¡Aaahhh! —Gritó del susto cuando sintió que le tocaban el hombro. Se dio vuelta en el aire y allí estaba; David que, rodeado de los otros niños-ángeles y del cantinero Gabriel, agitaba sus alas mojadas para mantenerse en el aire. Ángela no estaba con ellos.
David le explicó al angustiado Jacinto que ellos habían logrado escapar pero a Ángela no la habían visto. Todos estaban entristecidos por ella, tenían la esperanza de que lo hubiera logrado. No podían hacer nada por la hermosa mujer-ángel, solo tener fe. Los humanos dificilmente habrían podido escapar de semejante inundación. Ya no había nada que hacer.

De pronto Merlina se aferró más a su ángel protector muy asustada. Vio algo en el horizonte que se acercaba rápidamente. Todos miraron intrigados y expectantes en dirección hacia donde tenía la vista clavada la niña. Era una nube negra, o algo parecido, que se movía como si, a medida que avanzaba hacia ellos, creciera y creciera cada vez más. Un terrible zumbido provenía de esa nube, penetrante e insoportable para los oídos.
Se juntaron todos batiendo sus alas para esperar este nuevo acontecimiento que se avecinaba. Seguramente, un nuevo ataque de los seres oscuros con el fin de exterminar, de una vez y para siempre, a Jacinto y a sus amigos alados que, hasta aquí, habían logrado sobrevivir milagrosamente a cada ataque.

Cientos, miles, millones de avispas ponzoñosas los rodearon y atacaron sin piedad intentando destruir sus alas, clavando sus aguijones en la piel de cada uno de ellos, destrozando la carne, agujereando y ensanchando aún más cada poro, lastimando cada centímetro de sus cuerpos indefensos.
Jacinto, desesperado, trataba de proteger a Merlina, rodeándola con sus brazos y apretándola contra su cuerpo casi inútilmente. Ya no le quedaban fuerzas para soportar tanta agresión, la peor desde que él llegó a la Villa Ilusa.
La suerte parecía haberlos abandonado. Las alas perdían sus plumas hasta el punto de sentir que esta vez habían sido vencidos por estos seres tan llenos de maldad, que en forma de insectos con terribles aguijones, les hacían caer al agua de ese lago enorme que inundó totalmente la Villa Ilusa. Se ahogarían en pocos segundos más.