miércoles, 30 de diciembre de 2009

La Villa Ilusa. Capítulo 12.

Resumen del capítulo anterior: Jacinto, desesperado al advertir que Ángela había sido devorada por el gigante David, camino a la Villa Ilusa, espera que ahora aparezca para comérselo a él. De pronto el gigante cae delante del asustado Jacinto como una bolsa de papas, y tras él baja del cielo, Ángela, con dos alas enormes en su espalda, después de haber vencido al monstruo. Luego lo convierte en un sapo, por supuesto. La bella joven le explica a Jacinto que ella es un ser alado que está en este mundo para proteger a los niños y que hay muchos seres como ella, aunque a veces no lo saben. Le dice además que el gigante no era David y que sólo tomó su forma para sorprenderlos. Le ruega al asombrado Jacinto, que pida ayuda para orientarse hasta la Villa; el hombre no sabe cómo, pero se acuerda, tampoco sabe cómo, de el duende que vio de niño, y éste, mágicamente, aparece y con su luz los guía en la oscuridad de la noche. Cuando llegan observan por la ventana de la hostería de la Villa Ilusa, descubriendo que los niños están siendo amenazados por tres hombres; uno de ellos tiene un arma enorme. De repente aparece el mago David, que logró escapar cuando aparecieron estos seres oscuros para matar a los niños y, a Jacinto, por fin se le ocurre un plan para salvarlos.


—¡Buenas noches!— dijo un Jacinto eufórico entrando a la hostería y saludando a todos los que allí se encontraban. Silencio. Hasta los niños lo miraron sorprendidos sin atreverse a delatarlo, aunque Merlina casi lo hace por la alegría que le dio verlo.
Los tres tipos que vigilaban a los niños se miraron entre ellos como interrogándose: ¿quién sería este intruso inesperado? El que tenía el arma la escondió rápidamente detrás de su espalda.
—¡Ehhh! ¿Qué pasa que no saludan? deben de ser menonitas y qué caras tienen, deberían salir a ver las estrellas, es una noche magnífica —Jacinto no paraba de hablar.
—¿Qué tal una buena cena? Me dijeron que aquí hay una cocinera que hace cada plato que te chupás los dedos. ¿Dónde está?
—Está arriba, atada —dijo la inocente Merlina.
Por suerte Jacinto reaccionó a tiempo.
—Arriba atada, ¡ja, ja, ja! Qué buen chiste, ¿con qué la ataron, con un fideo?, ¡ja, ja, ja! Es buenísimo. —Y siguió desviando la atención de los secuestradores.
—Chicos, ¿qué les parece si les hago unos trucos de magia, porque seguro que ustedes no se saben ninguno? ¡Qué van a saber de trucos y magia y esas cosas! ¡Por favor! —Y acercándose a uno de los hombres hizo su viejo truco: le sacó una moneda de la oreja. El tipo lo miró con tal odio que a Jacinto le corrió un frío por todo el cuerpo, pero se repuso y sacando un billete de veinte pesos de su bolsillo les dijo a los hombres—: Ahora voy a convertir este billete en cuarenta billetes iguales.
Esto hizo que los tres secuestradores se olvidaran de los niños y se pusieran a ver cómo Jacinto hacía un truco que por supuesto no tenía ni la más mínima idea de cómo hacer.

Mientras tanto, desde la ventana Ángela les hacia señas a los chicos para que la vieran. Merlina casi dio un grito cuando la descubrió, pero uno de los niños más grandes le tapó la boca. En silencio por la boca tapada y por señas, Merlina les señaló a los chicos la ventana. Todos comenzaron a deslizarse en puntas de pie hacia la puerta para escapar, la abrieron despacito y empezaron a salir de a uno, cuando de pronto escucharon un ¡chillido tremendo! que los paralizó y sacó a los hombres de su atención sobre un Jacinto ya entusiasmado por el truco que estaba tratando de realizar.
Gritando como loca, corriendo por la calle, llegaba la cerdita Julia, desesperada para alertar a los hombres que rápidamente reaccionaron apresando a algunos de los chicos, entre ellos a la pequeña Merlina, pero otros ayudados por David y Ángela lograban escapar. En su huida, Ángela alcanzó a hacer un ademán con la mano dirigido a la maldita cerdita mientras, dentro de la hostería, uno de los hombres apuntaba con un enorme revólver a la cabeza de Jacinto, que miraba asombrado los cuarenta billetes de veinte pesos que tenía en las manos. Uno de los hombres le sacó todos los billetes de un manotazo y se los metió en el bolsillo.

La suerte estaba echada, el hombre del revólver, aparentemente jefe de los otros dos, resolvió matar a todos y luego ir a buscar a los otros niños, ¡qué tanto! Aquí no se podía perder más tiempo; así que levantó su arma con furia. Merlina comenzó a llorar, los otros chicos, temblaban de miedo. El hombre encañonó a Jacinto apuntándole al medio de la frente, dispuesto a matarlo primero. Jacinto cerró sus ojos, apretó los dientes, odió a este hombre como nunca lo había hecho con nadie, se lo imaginó el peor animal que pudiera existir sobre la faz de la tierra, escuchó una risa burlona y penetrante y esperó el desenlace.

La risa seguía... Y seguía... Entonces abrió un ojo despacito y ya no vio un revólver frente a él, sino a una hiena horrible que lo miraba desde el piso sin parar de reírse. El revólver se encontraba a su lado.
Todos los niños miraban a Jacinto asombrados mientras los otros dos secuestradores salían corriendo de la hostería. Uno de ellos en su huida se tropezó con un jamón que estaba en la vereda, cayendo a la calle, posibilitando que Jacinto, que salió disparado detrás de él, se arrojara sobre el tipo para entablar una lucha que terminó cuando David le dio un golpe en la cabeza al secuestrador con el jamón.
El secuestrador-hiena logró huir hacía el bosque de pinos, pero el otro fue atrapado por Ángela, que lo convirtió en una gárgola monstruosa y a la vez hermosa para decorar el techo del frente de la Hostería y Restaurante Villa Ilusa.

Todo era euforia dentro de la hostería; la cocinera, el cantinero, el doctor y todos los habitantes mayores de la Villa, incluida la nueva maestra, fueron liberados de sus ataduras, que no estaban hechas con fideos precisamente. A propósito de la joven maestra, ella no dejaba de mirar a Jacinto preguntándose de dónde lo conocía. La escena de felicidad que se vivía era, mientras tanto, observada con tristeza por un sapo todavía dolorido por el chichón en la cabeza que le produjo el jamonazo asestado por David.

Merlina, feliz, abrazaba y besaba a un Jacinto complacido y arrogante por lo que había hecho.
—Bueno... Convertirlo en hiena no fue difícil para mí... Lo realmente increíble fue convertir ese billete de veinte pesos en cuarenta más... A propósito, ¿a dónde fueron a parar esos billetes? Ángela, ¿me prestás veinte pesos? quiero intentarlo de nuevo...
—¿Usted se da cuenta, Jacinto, de que ha superado su capacidad de asombro?, porque ya nada lo sorprende. —Angela, trataba de bajar a tierra a un Jacinto que ya estaba dando muestras de una fanfarronería que solo hacía que los niños se divirtieran con él.
—Tenés razón, Ángela, realmente no sé cómo lo hice y más teniendo en cuenta que David y vos me dijeron que estos tipos estaban inmunizados...
—Sí Jacinto, pero inmunizados contra David y yo, pero cuando usted lo convirtió en hiena rompió el hechizo y por eso pude convertir a uno de ellos en una hermosa gárgola...
En eso los interrumpió la cocinera:
—Jacinto, ¿usted al sándwich de jamón lo prefiere con manteca o mayonesa?
—Con manteca por favor, gracias señora...
—Bien, sigamos, Jacinto, el punto no es que usted no sabe cómo lo hizo sino por qué lo hizo, ¿me entiende?
—¡Ehhh!... No, no entiendo, no entiendo a dónde querés llegar Ángela...
—Quiero llegar a que se dé cuenta de que usted tiene poderes, Jacinto, casi los mismos que tienen David... La abuela María... Yo misma...
El hombre se quedó mirando a los ojos a Ángela mientras recibía de parte de la cocinera el apetitoso sándwich; sin dejar de mirar a la bella joven, se lo llevó a la boca, lo mordió, masticó y allí reaccionó entusiasmado:
—¡Es el mejor jamón que probé en mi vida!


miércoles, 23 de diciembre de 2009

La Villa Ilusa. Capítulo 11.

Resumen del capítulo anterior: En viaje a la Villa Ilusa, Jacinto conduciendo su viejo Ford en compañía de la bella Ángela, le pregunta a la joven por qué cree que los secuestradores de la pequeña Merlina la llevaron a la Villa. Ángela le asegura que la van a exponer para que todos los niños se entreguen y así exterminarlos. Luego, mientras ella duerme, Jacinto observa que la noche es hermosa con un cielo lleno de estrellas. Pero ocurre algo: Cuando están llegando al cartel que indica Villa Ilusa 1 Km, rayos como misiles caen cerca del auto y el hombre tiene que hacer varias maniobras para esquivarlos terminando contra un pino destruyendo el vehículo. Ninguno de los dos sale herido. Jacinto no entiende qué pasó porque el cielo sigue estrellado. Ángela le explica que son los exterminadores los que los han atacado para impedir que lleguen a la Villa Ilusa. Ya sin el auto, se internan en el bosque, en la oscuridad de la noche rumbo a la Villa, cuando de pronto, se les aparece el niño mago, David, que comienza a crecer y crecer hasta convertirse en un monstruo que se lanza sobre los dos para devorarlos. Jacinto se tapa los ojos con sus manos por el terror y cuando abre sus dedos para mirar, descubre que Ángela ha desaparecido. Cree que el monstruo se la comió y que ahora vendrá por él.


Jacinto gritaba enfurecido. Ángela, su amada –porque ya estaba perdido por ella–, había desaparecido y seguramente estaría alojada en el estómago del David gigante. Gritaba de terror para darse valor ante esa situación espeluznante.
Tropezándose por el miedo, siguió su marcha hacía la Villa, aunque ya sin ninguna orientación: se sentía totalmente perdido. Avanzaba con la angustia de saber que Ángela ya no existía y eso le causaba un gran pesar, porque hasta soñaba con estar con ella por mucho tiempo. Nunca le habían pasado en el corazón las cosas que le provocaba esta hermosa mujer. Sintió que unas lágrimas se deslizaban por su rostro. Juró venganza aunque ni se imaginaba cómo podría hacerlo. Y de pronto… ¡Pummm! El gigante David que cayó como una bolsa de papas delante del asustado Jacinto, produciendo un enorme ruido, hasta el piso tembló con un pequeño terremoto. El hombre se quedó petrificado y con la boca abierta mirando a ese enorme ser en la penumbra, cuando desde el cielo bajó suavemente la bellísima Ángela, con dos alas enormes desplegadas en su espalda.
—Tranquilo Jacinto, lo vencí —le dijo Ángela al pobre hombre que por varios minutos seguiría paralizado y sin cerrar su boca.
—¿Eee... stá muerto? —preguntó casi balbuceando y con el corazón a mil por hora.
—No, y no lo puedo dejar así...
—¿Y qué vas a hacer, matarlo? —preguntó Jacinto, que no podía concebir la idea de que eso se hiciera delante de él. Lo único que le faltaba en esta historia. Entonces Ángela, con un pequeño ademán de la mano, convirtió al gigante David en un... sapo. Jacinto, ya más calmado, la miró guiñándole un ojo y le dijo—: Creo que deberías buscar alguna que otra nueva idea...

Jacinto no dejaba de interrogar a Ángela sobre sus alas y sobre la lucha con el gigante, y quién era ella y por qué David se había transformado en ese monstruo y... ¿Acaso ella no sería la mujer luminosa que formaba parte de sus anécdotas de viaje? No, esto no, si ahora ni siquiera estaba seguro de que realmente le hubiera pasado eso después de todo esto que estaba viviendo.
—No era David, solo tomó su forma para sorprendernos, era un ser oscuro de los que quieren exterminar a los ángeles… Ellos no quieren que lleguemos a la Villa Ilusa…
—Pero vos, Ángela... Tus alas... Ahora entiendo... Tu nombre, claro... —hablaba repitiendo sus pensamientos.
—Soy un ser alado, Jacinto, y mi misión es proteger a los niños de esta Villa y de cualquiera, y no soy la única, hay muchos como yo con la misma misión en este mundo, aunque por distintas razones algunos todavía no lo saben...
—Pero tus alas, ¿cómo nos las vi? Ni tampoco ahora. ¿Dónde están?
—Mis alas aparecen cuando yo quiero, solo tengo que proponérmelo... Están en mi... imaginación digamos...
—Y yo que te iba a confesar mi amor por vos, que tonto soy... —se lamentó compungido.
—No, Jacinto, usted no es ningún tonto, yo lo necesito porque sola no puedo contra ellos...
Jacinto pensó qué podría hacer él ante semejantes poderes de estos seres inhumanos y después de que ella venciera al gigante, pero se sintió feliz de que Ángela le pidiera su ayuda:
—Está bien, tenemos que trazar un plan... ¿Qué hacemos?
—Lo primero que tenemos que hacer es orientarnos para llegar hasta la Villa...
—Creo, Ángela, que estamos fregados, no tengo la menor idea de cómo hacerlo. Podríamos perdernos en esta oscuridad...
—Pidamos ayuda, Jacinto... Usted puede hacerlo si quiere...
—¿Yooo? ¿A quién le voy a pedir ayuda en este bosque perdido? ¡No se ve una vaca en un baño!
—Piense, Jacinto, no tenemos tiempo que perder —trataba de alentarlo la dulce mujer-ángel que creía mucho en él.

Jacinto pensó en su teléfono celular y maldijo al darse cuenta de que lo había dejado en el auto estrellado contra el pino. A este hombre con pocas ideas no se le ocurrían cosas salvadoras en momentos como ese. Después de todo, jamás había estado en un momento así. Pasaban por su mente personas que conocía de sus viajes pero era imposible contactarlos y además, ¿para qué? Si no podrían hacer nada por Ángela y él. Se acordó hasta del duende que vio de niño. ¡El duende! Miren que acordarse de él en este momento. Lo que pasa es que dicen que cuando uno está cerca de irse de este mundo, toda la vida pasa como una película por la mente. Estaba a punto de gritar “¡Me voy a morir!”, cuando Ángela lo volvió a la realidad.
—Gracias, Jacinto, yo sabía que lo iba a lograr, él nos va a ayudar —le dijo señalando algo detrás del hombre.
Jacinto se dio vuelta y se quedó duro como una estatua y boquiabierto. Lo único que faltaba era que le saliera un chorro de agua por la boca y convertirse en una fuente para el sapo que hasta unos momentos atrás era un gigante espeluznante.

El duende, sí el duende de su niñez, y tal como lo recordaba, estaba paradito frente a ellos con su diminuta figura y con toda su luz celestial. La intensa luz que irradiaba iluminaba todo a su alrededor, sacando de esta manera a Jacinto y Ángela de la penumbra en la que se encontraban. Luego de que el hombre saliera de su estupor y dijera mil cosas como por ejemplo: “¡No lo puedo creer!” o “¡Es él otra vez!”, además de “¡Tanto que deseé volver a verlo!”, el duende se elevó unos centímetros del suelo, dio vuelta sobre sus talones y comenzó a deslizarse iluminando el camino para que la bella joven y nuestro asombrado hombre lo siguieran.

La villa estaba a oscuras; solo se veía luz a través de la ventana de la hostería. Los dos estaban felices de haber llegado gracias al duendecito que los guió hasta allí y luego, como aquella vez cuando Jacinto era niño, se escondió, esta vez detrás del tronco de un pino, y su luz se apagó.
Hasta esa ventana de la hostería se deslizaron sin hacer ruido, para asomarse y comprobar que todos los niños, incluida Merlina, estaban paraditos y todos juntos a lo largo de la barra del restaurante. Muertos de miedo. Frente a ellos, un grupo de tres personas mayores los vigilaban con recelo y energía en sus miradas. Uno de ellos tenía un revólver que, amenazante, pasaba frente a la cara de los niños con una exasperante cobardía; esto enfurecía a Jacinto y a Ángela, que pensaban una y mil maneras de salvar a los indefensos niños.

—David no está —susurró Ángela.
A Jacinto le brillaron los ojitos.
—¿Viste?, yo sabía que el gigante era ese maguito engreído —se regocijó el hombre seguido de un— ¡aaahhh! —cuando sintió una mano que se apoyaba sobre su hombro.
Era David, que tapándole la boca, les hizo señas a los dos para que lo siguieran a esconderse en un lugar más seguro, porque el grito que pegó Jacinto alertó a los que custodiaban a los niños, que rápidamente salieron de la hostería.
Cuando todo pareció calmarse, David les explicó que él había logrado escapar cuando los secuestradores de Merlina la expusieron para que todos los niños se entregaran. Estaban, estos seres oscuros, esperando que se entregara para comenzar la exterminación.
—¿Por qué nos los convertís en sapos y terminamos con esta historia de una vez? —dijo Jacinto, ya harto de todo lo sucedido.
—No puedo, están inmunizados —le aseguró David.
Esto último sí que Jacinto no lo podía creer.
—¿Pero cómo van a estar inmunizados? —Chasqueó la lengua, molesto por escuchar semejante afirmación de boca del niño mago—. Ángela, decile a este pibe que no diga pavadas. ¿Tomaron un antídoto o algo así?
—No, no tomaron nada pero ahora vinieron tres de los más poderosos, de los que dominan el planeta, de los que se apoderaron de la tierra... Créame, Jacinto —dijo Ángela consternada.
Hubo un momento de silencio que ninguno de los tres se atrevió a romper. Fue suficiente para que Jacinto esta vez, ¡sí!, trazara un plan.




miércoles, 16 de diciembre de 2009

La Villa Ilusa. Capítulo 10.

Resumen del capítulo anterior: Después del secuestro de Merlina y viendo que la abuela María no quiere llamar a la policía, Jacinto decide irse de la casona de San Isidro y terminar de una vez con esta historia. Pero no sin antes probar nuevamente los deliciosos scons que cocina la abuela de Merlina. En eso, llega a la casa una hermosa joven para ayudar a encontrar a la pequeña secuestrada y, Jacinto al verla, decide con mucho entusiasmo, quedarse para ayudar a la bella mujer en la búsqueda de Merlina. Ángela, así se llama la recién llegada, le dice que tienen que ir a la Villa Ilusa inmediatamente. Jacinto se niega rotundamente y, por eso, la abuela María lo amenaza con convertirlo en gallina lo que hace que el hombre otra vez se atragante con un scon. Luego, en viaje a la villa, Ángela le cuenta a Jacinto que existen Villas Ilusas en muchos lugares del mundo para preparar a los niños a ser ángeles de la guarda y que existen también los exterminadores que quieren destruírlas y eliminar a esos niños. Jacinto no cree mucho en lo que ella le dice, pero le cuenta a la joven que él, de niño, vio a un duende de verdad y que sueña con volver a verlo. Ese es motivo suficiente para que crea en ángeles y seres elementales.



El pobre Jacinto sintió que ya estaba demente, escuchando y contando historias celestiales que le parecían totalmente delirantes y ridículas. Aunque las cosas que vivió desde aquella noche de tormenta en la que llegó a la Villa Ilusa, no parecían más sorprendentes de lo que escuchaba de los hermosos labios de Ángela y de lo que él se había animado a contar. Pensaba y pensaba mientras conducía el auto por la ruta. Por momentos creyó empezar a recordar más cosas de su niñez, pero eran como flashes que rápidamente se borraban y no hacían más que confundirlo. Decidió abocarse de lleno a la misión en la que, sin querer, se encontraba enfrascado.

—A propósito Ángela, ¿por qué pensás que llevaron a Merlina a la Villa?
—Porque la van a usar como rehén para que todos los niños se entreguen y de esa manera eliminarlos, además es tan pequeña y frágil que David y los demás no se resistirán... Por lo menos, eso es lo que creo.
—¡Ay Ángela! Quisiera saber por qué estoy metido en este lío, porque él que va a necesitar un ángel que lo proteja soy yo...
—Usted ya tiene un ángel —le dijo ella mirándolo a los ojos con una ternura que lo hipnotizó de tal manera que el viejo Ford salió del camino para enfilar directo a un pino, y fue la joven la que de un manotazo tomó el volante para esquivarlo y volver a poner el auto otra vez en la ruta, mientras el hombre la miraba como un tarado.

Se hizo una noche muy cerrada a medida de que se iban acercando al desvío del camino que los llevaría hasta la Villa. Ya habían comenzado a bajar la pendiente hacia el bosque de pinos. Jacinto miraba el cielo esperando que se desatara una tormenta como aquella primera vez en la que vio el cartel que indicaba ese camino, pero, si bien no había luna, el firmamento era un cúmulo de lucecitas brillantes que titilaban. Una verdadera belleza que el hombre estaba acostumbrado a apreciar en sus largas travesías por los caminos del país vendiendo seguros de vida. Respiró aliviado y miró con ternura a la joven sentada a su lado que, como un angelito, dormitaba muy tranquila.

VILLA ILUSA 1 KM. Allí estaba ese cartel, a cincuenta metros del auto e iluminado por sus faros. Allí estaba el comienzo de quién sabe qué nuevos problemas para el pobre Jacinto, pero ahora envalentonado por la presencia de Ángela a la que ya amaba o por lo menos eso creía sentir.
—Ángela, despertate, estamos llegando... —le decía a la joven, cuando un rayo terrible cayó delante del viejo Ford destruyendo el pavimento. Jacinto desesperado lo esquivó saliendo del camino y, cuando intentó volver, otro rayo cayó al costado del auto, y luego otro y otro y Jacinto, que iba en zigzag de un lado al otro de la ruta, ya no pudo resistir esa andanada de rayos que parecían misiles intentando destruir su auto y fue a parar de lleno contra un gran pino, destrozando el frente del vehículo que ya no arrancaría más.
Luego de un momento de silencio que pareció eterno, fue Ángela la que reaccionó:
—Jacinto, ¿está bien? Por favor, contésteme...
Jacinto la miró y por un momento creyó estar en el cielo.
—¿Sos vos, Ángela, o la virgen María? —le dijo como si estuviera despertando de un sueño.
—Soy yo y creo que lo único roto aquí es el auto. Menos mal que teníamos puesto el cinturón de seguridad...
Jacinto bajó del viejo y ahora pobre Ford, miró al cielo y vio lo mismo que unos instantes atrás: millones de estrellas brillando en una noche maravillosa y, a los costados del camino, los pinos como negras siluetas quietas, sin una pizca de viento que los agitara.
—Pero... Pero... No entiendo qué pasó...
—No fue una tormenta, Jacinto, fueron ellos tratando de advertirnos de que no nos acercáramos a la Villa, eso confirma mis sospechas de que a Merlina la llevaron hasta allí...
—Dios mío y yo que tenía alguna esperanza de que ahora todo fuera más fácil —se lamentó Jacinto.

Los pinos parecían decididos a tragárselos a los dos. La noche era más negra aún, porque ya la espesura no dejaba ver las estrellas; caminaban casi a tientas rumbo a la Villa. El miedo a perderse por momentos paralizaba al hombre que sacaba fuerzas de quién sabe dónde, para que Ángela se sintiera protegida por él.
—Si por lo menos tuviera un arma para enfrentar a estos seres oscuros —le decía.
—Ni lo piense, no les haría mella —le aseguraba Ángela.
—¡Un jarrón, eso, un jarrón es lo que necesito! —gritó Jacinto con mucha rabia.

En la inmensidad de la noche, con el canto de los grillos acompañándolos, cada pisada que daban era un triunfo, un metro ganado en su camino a la villa. Miles de ojos los seguían, ojos de seres que viven en la naturaleza. Lejos del ruido los vigilan, para que no osaran destruir toda esa belleza acumulada en troncos, hojas verdes y amarillentas, nidos de pájaros multicolores e insectos propietarios del lugar con papeles que lo certifican en el cielo; elegidos por los dioses de todo el universo.

De pronto, una pequeña figura se les apareció frente a ellos, lo que hizo que se detuvieran de golpe para ponerse en guardia. Una silueta. Incertidumbre. Los ojos que se acostumbraron a la negrura de la noche divisan mejor lo que tienen enfrente.
—¡Es David! —gritó Jacinto—. ¡Maldito brujo, nunca creí que me iba a alegrar tanto de verte!
Sí, David, el pequeño mago que haciendo gala de su poder comenzó a crecer y crecer, sorprendiéndolos, hasta transformarse en un gigante, y su cara fue cambiando desde una expresión pasiva hasta el odio total. Monstruosa, espeluznante. Con un rugido, se lanzó sobre la pareja abriendo su boca para tragárselos a los dos, lo que hizo que Jacinto sólo atinara a taparse la cara con las manos por el terror mientras escuchaba un tremendo alarido. Luego... Silencio. Nada.
Despacito fue abriendo sus dedos para espiar por entre ellos, pero lo único que vio fue la negrura de la noche y para su sorpresa ni siquiera Ángela estaba a su lado.
—¡Ángela, Ángela! ¿Qué te pasó, dónde estás?, por favor no quiero estar solo... Tengo miedo... —suplicaba mientras buscaba desesperadamente a su alrededor la presencia de la joven.
—¡David se la devoró, no lo puedo creer! ¿Pero adónde fue este hijo de...? ¿Dónde estás maldito monstruo abominable? ¿Ahora vas a venir por mí?





jueves, 10 de diciembre de 2009

La Villa Ilusa. Capítulo 9.

Resumen del capítulo anterior: Después de la cena, en la vieja casona de San Isidro, Merlina se va a su cuarto a dormir y Jacinto se dispone a escuchar a la abuela María sobre la Villa Ilusa. María comienza a contarle que ese lugar en realidad no existe como tal y que nada es lo que parece, lo que llena de incertidumbre a Jacinto. En eso llegan a la casa un hombre y una mujer con la intención de raptar a Merlina y, Jacinto y el mucamo, utilizando como arma dos jarrones, lo evitan. Cuando todo se calma y los dos secuestradores terminan convertidos en sapitos por la abuela María, la anciana le sigue contando a Jacinto una historia sobre el bien y el mal y que todos necesitamos un ángel de la guarda que nos proteja. De repente, escuchan gritar a Merlina y descubren que esta vez sí, fue secuestrada. La abuela María, desesperada, le pide a Jacinto que fuera por ella. El hombre, le dice con sensatez, que habría que llamar a la policía. La abuela y el mucamo se niegan rotundamente. Jacinto se preocupa porque cree que podrían matar a la niña o que el secuestro tiene que ver con la venta de niños. María le asegura que no, eso no, que en verdad se trata de la exterminación de ángeles. Jacinto piensa entonces que la anciana esta loca, igual que el mucamo de la casa.



Hasta aquí, todo lo que le pasó a Jacinto Desanzo no deja de ser asombroso por cómo fueron sucediendo los acontecimientos. Niños que supuestamente mataron a sus padres, viviendo en una villa allá lejos y dominando a todos sus pobladores. Poderes para convertir a las personas en lo que ellos quieren: sapos, cerditas y quién sabe en que otra cosa... ¡En un burro también! Una maestra con espíritu de asesina. Una niña que extraña a su familia y la regresan con su abuela porque todavía no esta preparada vaya a saber para qué. Un insistente secuestro del que no hay que avisar a la policía ni tampoco esperar un rescate. Y la chochera de una abuela que habla de ángeles y de su exterminio.
"Mejor mañana me voy a vender mis seguros porque aquí estoy perdiendo plata", pensó Jacinto antes de cerrar los ojos para intentar dormir después de un largo día.

Se levantó temprano, con la idea de irse lo más lejos posible de esta historia que él no había elegido vivir, pero no sin antes tomar el desayuno con esos riquísimos scones que preparaba deliciosamente la abuela de Merlina, a pesar de que uno de ellos había querido alojarse en su garganta el día de su llegada.
—¿Está seguro, Jacinto, de que nos va a abandonar justo en este momento?
—Perdóneme doña María, pero todo esto que pasó no tiene que ver conmigo... ¿Sabe qué pasa?... Yo sólo soy un vendedor de seguros y no quiero hacerme cargo de una niña...
—¡Pero tenemos que recuperarla! —suplicó la abuela María.
—Está bien, pero yo qué voy a hacer, llamen a la policía por favor y...
El timbre de la puerta los interrumpió.
—¡No, otra vez! ¿Y ahora qué? ¡Ya sé, vienen a pedir el rescate!
El mucamo se dirigió a atender el llamado, lo que provocó en Jacinto un momento de temor por lo que pudiera pasar.
El sirviente volvió y anunció:
—Señora, la persona que esperaba acaba de llegar...
Detrás de él, entró al salón comedor una bellísima joven de aspecto aniñado, cabellos rubios ondulados y unos ojos azules como el mar caribe; así por lo menos lo comparó Jacinto en su pensamiento, recordando aquellas vacaciones que una vez pasó en Cancún... Solo.
—Jacinto, le presento a Ángela, ella ha venido desde muy lejos para ayudarnos —dijo María.
—¡Buenísimo! —exclamó el hombre entusiasmado y olvidándose de que hasta un minuto antes se quería ir de allí para siempre.

Mientras desayunaban Jacinto no le quitaba los ojos de encima a la bella Ángela. Para él era lo más hermoso que había visto en su vida. Ni un scon probó por su embobamiento con la joven.
‘’Es un ángel —pensaba—. ¡Y se llama Ángela...! Mejor puesto el nombre, imposible."
Ángela levantó su vista y lo miró profundamente a los ojos; el pobre creyó por un momento que iba a desmayarse.
—Durante siglos —comenzó diciendo la joven— los niños como Merlina nos han necesitado. Ese es nuestro trabajo en este mundo, proteger a los niños y a veces, a los que no lo son, por eso es muy importante encontrarla antes de que la exterminen, porque ella está en este mundo para algún día cuidar a niños como ella.
Jacinto la miraba embobado, pero pensando a la vez que la joven estaba tan loca como la abuela María y eso era un verdadero desperdicio.
—Jacinto, usted y yo tenemos que ir a La Villa Ilusa hoy mismo —le dijo la joven de ojos como el mar, en tono suplicante.
—¿Quéééé? ¡Ni loco voy otra vez a ese lugar! —gritó con rabia y, a la vez, metiéndose en la boca un scon que, de un manotazo, tomó del plato que tenía frente a él.
Esta vez la que gritó fue la abuela María.
—¡O se va con Ángela a la Villa o lo convierto en gallina!
Un tremendo golpe en la espalda que le propinó el mucamo, fue suficiente para sacarle a Jacinto de la garganta el scon atragantado.

El viejo Ford de Jacinto Desanzo otra vez va camino a la Villa Ilusa, pero ahora el hombre sabe que lo que va a vivir será, seguramente, una nueva pesadilla. Aunque la compañía de la hermosa Ángela le daba una satisfacción absoluta, hasta hacerle pensar que esa Villa se convertiría en un verdadero paraíso.
—Ángela, si tenemos que buscar a Merlina, ¿por qué vamos a la Villa? Acaso crees que ella puede estar allí...
—Estoy segura de que la llevaron hasta allá...
—¡Ajá! Entonces esos chicos asesinos son los verdaderos secuestradores, yo sabía que... —Jacinto sintió que esa rabia por los niños magos de la Villa no era en vano. Para él se habían convertido en seres siniestros.
—No Jacinto... —intentaba explicarle Ángela.
—¡Sííííí! Cuando lleguemos les vamos a hacer tragar el polvo a esos malditos hijos de perra... ¡Uy! Perdón Ángela, a esos pequeños malditos quise decir, nada más...
—Yo sé lo que quiso decir Jacinto y está muy equivocado, déjeme explicarle por favor...
Era tan dulce el tono de voz de Ángela, que Jacinto decidió escuchar atentamente a la bella joven de la que ya se había enamorando.

—Los niños de la Villa no son los secuestradores, ellos son las víctimas de los que quieren eliminar a los que serán pronto ángeles de la guarda como Merlina, David y cualquiera de los otros niños que usted conoció allá...
—Dios mio ¿Cómo llegué a esto?...
—No me interrumpa por favor. Esto no pasa sólo en ese lugar sino también en todo el mundo, porque en todas partes hay Villas Ilusas con niños como ellos, niños que en realidad son ángeles pero que fueron arrebatados a sus familias antes de que pudieran realizarse como tales.
—Entonces, los asesinatos de sus padres fueron cometidos por estos... Estos secuestradores como vos decís... —reflexionó Jacinto con cierta desconfianza.
—Así es, pero estos..., secuestradores, en realidad son seres oscuros, que lo que pretenden es dejar sin protección divina a todas las personas de este mundo...
—Yo me bajo en la próxima Ángela, ¿qué querés que te diga?
—¡Solo créame!
—¡Pero cómo voy a creer semejante cosa! ¡En mi vida escuché tanta estupidez!
—¡Jacinto! No me ofenda por favor...
—Perdón..., lo siento, no quise ser... Pero..., a ver Ángela, si son ángeles, ¿por qué son niños de carne y hueso y tienen padres? Explicame eso...
—Porque ellos eligieron ser humanos antes de venir a este mundo —dijo la joven con mucha seguridad.

Jacinto sintió que estaba escuchando cosas demasiado difíciles de creer. De todos modos, él, a su manera, siempre creyó en los ángeles por el solo hecho de haber visto, de pequeño, un duende. Eso era lo poco que recordaba de su niñez, pero fue suficiente para creer en hadas, gnomos y ángeles y por eso estaba dispuesto a seguir escuchando a la joven.
—Mirá Ángela, yo creo en los Ángeles, en serio, pero convengamos que lo que me estás diciendo no es algo coherente, sé que estos chicos hacen cosas que yo no vi hacer antes, pero pueden ser ilusionistas o algo así, que sé yo... Además, si fueron secuestrados cuando mataron a sus padres, ¿por qué están libres en la Villa y son los que dominan el lugar?...
—Porque nosotros Jacinto, por suerte, llegamos a tiempo para no permitir que los dominen y eliminen, luego los llevamos a las distintas Villas Ilusas de cualquier parte del mundo. Ellos después de todo son niños y necesitan aprender, alimentarse y estar sanos mientras se preparan para volver a ser ángeles de la guarda, porque es lo que quieren ser ahora. Y eso de que son los dueños de la Villa no es así, si usted no fuera importante para ellos, lo hubieran dejado en paz...
—¡Ah! ¿Y tanto les importo? ¡No me digas Ángela...!
—¿Acaso no se fue con Merlina para cuidarla? Usted no llegó a la Villa Ilusa de casualidad... Todos tenemos una misión en esta vida...
Para Jacinto, pensar que su misión en la tierra era la de cuidar de Merlina, suponía horas de sacar conclusiones inútiles que terminarían, seguramente, en nada, entonces prefirió saber otras cosas.
—Pero, ¿qué pasa con los que quieren seguir siendo humanos?
—Nada, nadie jamás los molesta por el solo hecho de ser mortales, es más, ellos necesitan de un ángel de la guarda para que los proteja como a cualquiera ¿me entiende Jacinto? Ahora, ¿cuénteme del gnomo que vio una vez?
—No, no era un gnomo, era un duende... Pero, ¿cómo sabés eso, Ángela?
—¿No lo mencionó, acaso?
—¿Yo? ¿Cuándo? ¡Jamás lo hice! Es más nunca lo cuento. ¿Quién me lo va a creer? Claro, para Jacinto es mucho más probable que le crean sobre ovnis y aparecidos, que algo que solo ven los niños.
—Yo le creo, por supuesto...

Miró a Ángela con cierta desconfianza porque se le ocurrió que ella trataba de desviar la conversación, pero no estaba mal contar algo que realmente le había sucedido cuando niño. Se acomodó en su asiento sin dejar de mirar el camino que tenía por delante, se aferró al volante y comenzó:
—Resulta que cuando yo tenía unos seis o siete años, estaba durmiendo en mi cuarto y un casi imperceptible ruidito me despertó. Abrí los ojos y a un par de metros..., vi a un pequeño ser ¡muy luminoso! que me miraba con una bondad que jamás pude volver a ver en ninguna persona —miró a Ángela como disculpándose—. Bueno, desde que vos me miraste por primera vez...
—Gracias Jacinto es usted muy dulce y gentil. —Lo miró con infinita ternura—. ¿Y cómo era ese ser luminoso?
Por un momento, nuestro hombre tuvo que recomponerse del estremecimiento que le producían los ojos de Ángela y siguió con el relato:
—Esteee... Era todo blanco, con una túnica blanca hasta el piso y con una larga barba también blanca... ¡Ah! y con un bonete blanco como el de las hadas, como los dibujos de las hadas...
—Y usted que hizo. ¿Se asustó?
—¡Mucho! Recuerdo que llamé a mi mamá muerto de miedo. Pero, hoy pienso que fue una lástima, porque el pequeño duende se escondió detrás de una silla y su luz se apagó... Nunca más lo volví a ver...
—¿Lo extraña acaso?
—Bueno, no es que lo extrañe pero, qué sé yo, fue tan real que hoy no me asustaría de ver un ser tan bello y con esa mirada tan pura...
—No pierda las esperanzas Jacinto, todos podemos ver aquello que deseamos. Los niños ven cosas que los adultos no pueden justamente por eso, porque son puros de pensamiento como esos seres que están alrededor nuestro, son seres elementales, existen aunque para nosotros pertenezcan a un mundo invisible. Los mayores no los vemos porque desconfiamos hasta de nosotros mismos...
—¡Yo vi un OVNI que...! —Se regocijó Jacinto, que pensó: "A mi juego me llamaron".
Ángela no lo dejó terminar.
—No lo cuente más Jacinto, y sí cuente lo del duende, le aseguro que le dará una luz de esperanza a todo el mundo...


jueves, 3 de diciembre de 2009

La Villa Ilusa. Capítulo 8.

Resumen del capítulo anterior: Jacinto se va de la Villa Ilusa con la pequeña Merlina. Después de diez horas de viaje llega con su viejo Ford, a una casona elegante de San Isidro, en Buenos Aires. Allí había sido secuestrada la pequeña, que al llegar, siente una gran alegría al reencontrarse con su abuela, de nombre María. Jacinto, supone que en esa casa sobra el dinero, pero la abuela María le asegura que están en la ruina desde que los padres de la niña fueron asesinados. Además le dice, que Julia, convertida en una cerdita, no le dijo la verdad sobre los niños de la villa y que su misión era eliminarlos. Gracias a Jacinto eso no pasó. También le dice que él llegó a ese lugar para proteger a Merlina y ahora es como si tuviera una hija. Ante esa afirmación, Jacinto se atraganta con un scon. Luego, el hombre, recorre la casa descubriendo cuadros de ángeles y apóstoles y una fuente con estatuas de angelitos lanzando agua por la boca, lo que le hace suponer que es una familia muy católica. Durante la cena, María se prepara para contarle más cosas a un Jacinto que quiere saber que es lo que pasa con los niños de Villa Ilusa. ­



Merlina terminó su cena, abrazó y besó a su abuela, luego hizo lo mismo con Jacinto, que no pudo disimular su sorpresa y emoción, y se fue a su cuarto a dormir. Para el hombre, acostumbrado a estar solo recorriendo el país vendiendo sus seguros, no fue como le dijo María: eso de que ahora tenía una hija, sino más bien se sintió... Un tío.
El mucamo sirvió café con unas masitas, Jacinto le puso al suyo dos cucharaditas de azúcar y se acomodó en la silla para escuchar muy atentamente a la abuela María.

—La Villa Ilusa como usted la conoció no existe —empezó diciendo María— y los niños en realidad no lo son.
Jacinto miró al techo primero y después a la abuela.
—¡Sí claro! Y yo no soy Jacinto, ¡por favor señora, explíquese mejor! —se molestó.
—Bueno, usted tampoco es lo que parece, mi querido señor…
—¿Y qué parezco entonces?
En eso sonó el timbre de la puerta de entrada interrumpiéndolos y poniendo en alerta a la abuela María.
—¿Quién puede ser a esta hora? Qué raro...
—¿Raro? ¿Usted nunca recibe visitas? —se preocupó Jacinto.
El mucamo cruzó el comedor dirigiéndose a la puerta y generando un momento de incertidumbre en los dos. Silencio. De pronto volvió con una expresión desencajada por el susto. Detrás de él venían un hombre y una mujer. El hombre llevaba en la mano derecha una pistola calibre vaya a saber cuánto y, apuntando a Jacinto y a la abuela María, ordenó a su compañera que fuera por Merlina.
La abuela se levantó de la silla suplicándole al desconocido que no molestara a la niña, mientras Jacinto, que ya veía superada su capacidad de asombro, pensaba una y mil maneras de zafar de la situación. Se le ocurrió una: abalanzarse sobre el hombre para tratar de quitarle el arma. No es una persona con ideas muy innovadoras que digamos.

Cayeron al piso luchando desesperadamente por la posesión del revólver mientras este se disparaba una y otra vez, acertando en una tulipa de luz, un jarrón, el ojo de una de las doncellas de los cuadros, etc. Es increíble la puntería que alguien puede tener en estos casos. Por suerte, un jarrón sano fue a parar a las manos del mucamo que se lo partió en la cabeza al desconocido. Parece que los jarrones en esta historia son muy importantes.
Todos corrieron al cuarto de Merlina, para encontrarse con la mujer desconocida sosteniendo entre sus brazos a la niña que lloraba muy asustada.
—Aléjense de mí o se van a arrepentir —gritó la mujer amenazante y apretando el cuello de la pequeña.
—Está bien, está bien, tranquila nadie te va a hacer nada —dijo Jacinto—. Negociemos: tu amigo esta desmayado, así que muy lejos no vas a llegar...
Fue peor el remedio que la enfermedad; por suerte nuestro hombre no estudió diplomacia.
—¡La mato! —gritó la mujer, desesperada, tratando de huir entre Jacinto y la abuela de Merlina, pero no contó con la presencia del mucamo, que le asestó un terrible jarronazo en la cabeza, desmayándola.
—No sé dónde voy a poner las flores ahora —se preocupó la abuela María con cierta angustia.
—¿Qué tal en un florero? —se preocupó Jacinto con más angustia todavía.

Encantado, nuestro héroe contemplaba la fuente con los angelitos lanzando agua por la boca y pensaba: "Sí… Yo tenía razón… A esta fuente le faltaban unos sapitos".
—Jacinto... Señor Jacinto...
—Si, perdón doña María... Estaba distraído pensando... A propósito, ustedes tienen la capacidad de convertir a la gente en sapo así nomás como...
—Bueno Jacinto, siempre en sapo no, una vez en el colegio a un profesor de literatura que era una eminencia, se lo juro, recibido con medalla de oro y que me puso un uno en un examen... Lo convertí en un burro…
—Admiro a la gente creativa —dijo el hombre.
—Jacinto, Merlina no está segura aquí, tiene que llevársela antes de que...
—¿La secuestren? Señora usted me iba a contar algunas cosas y estos... Ahora sapitos, nos interrumpieron. ¿Cómo es esta historia?
—Esta historia empezó hace mucho Jacinto, desde el comienzo de los tiempos. Desde que los hombres y mujeres de esta tierra necesitan que los protejan.
Entonces, la abuela María comenzó a contarle a Jacinto una historia que, en resumidas cuentas, es más o menos así: resulta que desde que el hombre es hombre y la mujer es mujer, por supuesto, han existido el bien y el mal. Todos nacemos buenos y necesitamos de alguien que nos indique el camino del bien que tenemos que seguir, pero están también los que quieren que el mal triunfe, como Julia o estos dos personajes que quisieron raptar a Merlina.
Jacinto escuchaba atentamente y pensaba: ‘’Esta vieja está totalmente tocada, estos dos lo único que querían era una buena recompensa’’.

Mientras tanto, María seguía con su relato de esta manera:
—Todos, desde que nacemos, tenemos un ser celestial que nos acompaña para protegernos e indicarnos cuál es ese camino del que le hablo, pero somos humanos, entonces los que trabajan para el mal a veces nos hacen vulnerables y... Nos equivocamos, cometemos errores, en definitiva, nos portamos mal. ¿Me entiende Jacinto?
—Mire Doña María, no entiendo nada y con todo lo que me está diciendo, ¡me hace sentir como un chico!
—Justamente porque uno nunca deja de ser un niño es que un angelito lo acompaña siempre, un ángel de la guarda —le aseguró María.
—Sí claro —dijo Jacinto—, lo que pasa es que yo si no lo veo no lo creo...
—Jacinto, usted ya lo vio, o mejor dicho, ¡los vio!
—¡No me diga que es uno de esos que están en la fuente echando agua por la boca...!
La abuela María no llegó a contestar. La luz de la casa se apagó y Merlina gritó.

Chocándose en la oscuridad corrieron hasta el cuarto de la niña y solo encontraron al mayordomo con una vela encendida en la mano. Merlina había desaparecido. La abuela María gritó horrorizada al ver que la ventana estaba abierta. Seguramente por allí se habían escapado los secuestradores con la niña. "Estos tipos sí que son insistentes, ¿jamás bajan los brazos?”, pensó Jacinto un poco harto por la situación.
—Jacinto, tiene que ir a buscarla, quién sabe lo que harán con ella —suplicaba la anciana.
—Pedir un rescate, eso es lo que van a hacer —trató de calmarla Jacinto—. Además, ¿a dónde quiere que vaya? Lo que tenemos que hacer es llamar a la policía.
—¡Noooo! —gritaron el mucamo y la abuela al mismo tiempo.
Jacinto se sorprendió con la actitud de los dos, pero enseguida reaccionó:
—¡Claro! ¡Tienen razón, si avisamos a la policía la pueden matar! Mejor esperamos a que pidan el rescate...
—¡Noooo! —volvieron a gritar el mucamo y la abuela.
—Escúchenme, ¿por qué no se ponen de acuerdo de una buena vez? —se enojó con los dos.

Ya más calmados y con luz, después de que el mucamo arregló el desperfecto ocasionado por los secuestradores, se encontraban los tres sentados a la mesa del comedor tratando de trazar un plan para seguir con este caso.
—Bien, si para ustedes no se trata de un secuestro, ¿de que se trata? ¿O me van a decir que es alguien que quiere tener una nena como Merlina? —decía Jacinto—. O... No me digan que se trata de... ¡Venta de niños! ¡Es terrible!
—Ni una cosa ni la otra, Jacinto — lo interrumpió enérgicamente la abuela María— se trata de algo peor, se trata de la exterminación de ángeles...
Hubo un largo minuto de silencio en el que Jacinto miraba a María y luego al mucamo y otra vez a María y después al mucamo y los dos lo miraban fijo a él.
‘’Dios mío, está loca’’, pensaba Jacinto.
‘’Dios mío, que me crea", pensaba la abuela María.
—Tiene que creerle —le suplicó el mucamo.
‘’Este también está loco’’, cerró su pensamiento Jacinto.


jueves, 26 de noviembre de 2009

La Villa Ilusa. Capítulo 7.

Resumen del capítulo anterior: Julia, la maestra de Villa Ilusa, convence a Jacinto de matar a los niños para poder escapar de ese lugar. Decide asesinar primero al que considera el más peligroso: el niño mago que convirtió a Jacinto en un sapo. Cuando se apresta a hacerlo con un gran cuchillo, mientras el niño duerme, Jacinto se arrepiente y golpea a Julia con un jarrón en la cabeza desmayándola. El niño mago despierta y descubre que el hombre le ha salvado la vida. Todos los niños y el cantinero se reúnen en el restaurante y deciden que Jacinto se vaya de la villa, pero con la más pequeña de las niñas: Merlina. Le ordenan que la regrese a su casa. Dicen que es muy chica todavía; vaya a saber para qué. Cuando Jacinto se está por ir con Merlina, quiere saber que pasó con Julia, entonces un cerdito aparece corriendo y muerde su pantalón. David, así se llama el niño mago, le dice a nuestro hombre que es una cerdita que ellos cuidarán. Cuando nuestro héroe se va al fin con la niña y llega a la ruta, en el medio de una tremenda tormenta, se cruza con un auto que va hacia la villa. La conductora es una maestra y, seguramente reemplazará a Julia en la escuela.




Fue un largo viaje de casi diez horas durante el cual Jacinto no tuvo el valor de abandonar a la pequeña Merlina, aunque no dejaba de pensar en eso: "No estaría mal dejarla en la puerta de una iglesia de algún pueblo perdido por ahí" o "qué tal si aparece el OVNI que alguna vez me persiguió y se la lleva a Marte sin escalas y para siempre". De todos modos, verla dormir en el asiento trasero lo llenaba de ternura.
—Ejem —carraspeó. Lo único que le faltaba, enternecerse por ese pequeño pero peligroso ser.

Llegaron hasta una vieja pero elegante casona en San Isidro, de donde supuestamente Merlina había sido secuestrada cinco meses atrás, lo que produjo una gran alegría a la niña, que bajó del auto corriendo y, estirándose todo lo que podía, comenzó a tocar el timbre sin sacar el dedo del botón.
"Y si acelero y me voy de acá ya… ¿Quién me va a encontrar?", pensó Jacinto mirando a Merlina, quien con el dedo en el timbre esperaba que le abrieran la puerta.
No lo pensó más y puso primera. Comenzó a soltar el embrague con su pie izquierdo, apretó el acelerador con su pie derecho muy despacito y en eso… ¡Pum!... Estallaron los dos neumáticos de adelante. Fue como si el auto, todo, se desinflara.
Se abrió la puerta de la casona y apareció la abuela de la niña. En el medio de una gran algarabía, abrazó a Merlina y las dos se quedaron un largo rato así, como fundidas. Jacinto, inclinado hacia adelante por el efecto de las ruedas delanteras sin aire, sólo atinó a maldecir en voz baja.
—Pase Jacinto y no se queje, después alguien va a arreglar su auto, no se preocupe...
El pobre se bajó del auto resignado. Resulta que la abuela ya sabía como se llamaba: ¿no era que en Villa Ilusa no había teléfono ni funcionaban los celulares?

La casa era de película, o por lo menos así la veía Jacinto. Con varios cuartos, muebles de estilo, de un estilo viejo para él; un mucamo de esmoquin, aunque tenía un poco gastado el cuello de la camisa, y todas esas cosas que, a pesar del cuello gastado, hacían suponer que allí sobraba el dinero.
—Estamos en la ruina —dijo la abuela de Merlina sirviendo el té con unos scones que entraban por los ojos de Jacinto y llegaban directamente a su estómago.
—Didgagme segñogra —preguntó el hombre con la boca llena—. Pergrdón, eh. —Terminó de tragar…—. ¿Cómo es eso de que están en la ruina? Porque no lo parece...
La distinguida señora, ahora venida a menos pero tan refinada como lo habría sido toda su vida, porque Jacinto pensaba que esas cosas sí que no se pierden nunca, sirvió un poco más de té, comentando:
—Desde que los padres de Merlina fueron asesinados...
Jacinto levantó la mano interrumpiéndola.
—Perdón señora, ¿asesinados? ¿Por quién? Porque hay una teoría que di...
—Mire Jacinto, lo que Julia le haya dicho no es la realidad, ella trabaja para los que quieren destruir a todos los chicos y su misión era esa, eliminarlos, pero, así le fue: gracias a usted terminó en un chiquero.
Mientras la señora hablaba, Jacinto la miraba con los ojos bien abiertos y cada vez entendía menos.
—¿En un chiquero? —balbuceó—. No, no puede ser, no... no puedo creer que la cerd...
—Usted —siguió la abuela— llegó a la Villa Ilusa con una misión: proteger a Merlina. Después de todo su trabajo es vender seguros de vida—. Dijo esto esbozando una sonrisa pícara.
Jacinto lanzó una carcajada ante semejante afirmación de la señora.
—¡Qué tiene que ver que yo venda seguros de vida! ¡Por favor señora no me diga eso!... Ya les expliqué a todos allá que…
—Le digo las cosas como son, ¿están ricos los scones, no? —dijo, observando que Jacinto no paraba de comerlos.
—Bárbaros, ¿cómo los hace? Porque yo a veces cocino... Imagínese, estoy siempre solo... — Y se metió el décimo por lo menos en la boca de un saque…
Y la señora dijo con mucha ternura:
—Ya nunca más va a estar solo Jacinto, ahora es como si tuviera una hija...
La ambulancia sólo tardó diez minutos en llegar, pero por suerte la abuela de la niña ya le había sacado el scon que el pobre tenía atragantado.

Cómo cambió de pronto la vida de Jacinto Desanzo. Aquella tormenta en la ruta, el cartel que indicaba sobre la Villa Ilusa a un 1 kilómetro, los niños magos o brujos, porque a esta altura ya no sabía como calificarlos; después de todo eran capaces de convertir a Julia en una cerdita y a él en un sapo. ¡Julia!, un verdadero enigma desde el momento en que decidió matar a los niños. “¡Matar a los niños! –se decía a si mismo—. ¿Cómo puede tener tanta maldad?, y casi me convence”, se lamentaba.
Y Merlina, la pequeña Merlina, tan dulce y frágil, que ahora resultaba que lo necesitaba a él, justo a él que jamás se interesó por los niños de ninguna manera. Pero esta pequeña, despertaba cierta emoción en este hombre poco interesado en formar alguna vez una familia. Este acontecimiento vivido en la Villa Ilusa, pasaba a engrosar sus anécdotas de viaje y sin duda se convertiría en la más increíble de todas. ¡Si hasta había sido sapo por un instante! Lástima que cuando volvió a ser hombre no lo hizo como un príncipe. ¡Nunca dejaría de ser un simple vendedor de seguros de vida!

Jacinto dedicó el día a recorrer la casa. Se sintió a gusto. Nunca había estado en un lugar así, tan grande y cómodo. Se interesó por las pinturas que adornaban las paredes y representaban escenas bíblicas con ángeles, doncellas regordetas y apóstoles. “Debe ser una familia muy católica”, se decía a sí mismo.
En el jardín, que por cierto estaba muy bien cuidado, había una estatua de una mujer casi desnuda llevando un cántaro, otra de una madre con su niño en su regazo y hasta una fuente con angelitos que lanzaban agua por la boca.
—Qué feliz sería un sapo en este lugar —ironizó divertido.

—Perdone señora, pero no me dijo su nombre —se interesó mientras el mucamo, muy respetuoso, les servía la cena.
—¡Oh! Qué horror y descortesía la mía, le ruego me disculpe, me llamo María.
—La abuela María —aclaró Merlina disfrutando de unos deliciosos ñoquis al fileto.
—Bueno, tampoco me dijo muchas cosas que creo debería saber —siguió Jacinto para luego saborear un borgoña cosecha 1988 que, según María, era de los pocos que quedaban en la bodega que una vez supo ser un orgullo de la familia.
—Porque no terminamos de cenar y luego cuando mi pequeña se vaya a dormir hablamos de todo —dijo la abuela—. ¿No es cierto mi bebé? —siguió dirigiéndose a la niña.
—Es un angelito —agregó Jacinto, más preocupado en saborear el vino que en pensar en lo que decía.
—Usted lo ha dicho mi querido señor...
—¿Qué?
—Nada Jacinto, que el vino es excelente.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

La Villa Ilusa. Capítulo 6.

Resumen del capítulo anterior: Mientras Jacinto desayuna en el restaurante de Villa ilusa, después de su encuentro con Julia, la maestra, descubre que uno de los parroquianos es médico al verlo atender a un niño. Se acerca a él con la excusa de que le duele la cabeza y, mientras el doctor lo atiende, Jacinto lo ataca a preguntas para saber más de ese lugar. Un niño le advierte que no haga tantas preguntas porque si insiste lo convertirá en sapo. Jacinto, indignado y cansado por la situación, se dirije a su auto para irse de allí una vez más. Entonces, el niño lo convierte en un sapo. Se desmaya del terror. Cuando despierta, nuevamente humano por suerte, corre a la escuela desesperado para pedirle a Julia que lo ayude a escapar ¡ya!. La maestra le dice que la única manera de hacerlo es matando a los niños de la villa.



El niño mago, capaz de convertir a Jacinto en un sapo, dormía, como todos los niños, plácida y profundamente, totalmente desparramado en la cama del pequeño cuarto de una de las casitas de la villa. Una tenue luz de la luna que entraba por la ventana, con la persiana levantada, lo iluminaba. Julia tomó la decisión de eliminarlo primero, porque lo consideraba el más peligroso. Para Jacinto tenía toda la pinta de un angelito, peligroso, sí, pero angelito al fin.
—Cómo quedamos, yo empiezo con este y vos seguís con el segundo y así sucesivamente. ¿Ok, Jacinto? —susurró Julia mientras levantaba, con furia en sus ojos, un enorme cuchillo de cocina para clavarlo en el pecho del niño dormido.

Julia se puso firme con sus dos manos levantadas sosteniendo el cuchillo y apuntando al niño. Cerró los ojos y cuando se aprestaba a clavárselo en el corazón, recibió un tremendo golpe en la cabeza que la desmayó instantáneamente. Jacinto, que en su mano sostenía un pedazo de un jarrón que por suerte vio de pronto encima de una mesita, se quedó mirando a Julia tirada en el piso rodeada de los pedazos del resto del jarrón.
El tremendo ruido del golpe producido por el jarronazo, despertó bruscamente al niño, que asustado gritó dos veces “¡Mami, mami!”, quedándose con sus ojitos bien abiertos, mirando la escena quieta de Jacinto con el resto del jarrón en la mano derecha, parado al lado de la desmayada Julia con el cuchillo de cocina todavía en las manos.
—¡Ah! ¡Ahora llamás a tu mamá después de que la mataste, maldito asesino, debería haber dejado que Julia te matara! —le gritó al niño, furioso.
En ese momento entraron a la habitación tres de los niños que dormían en otros cuartos.
—¿Qué pasó? ¿Está muerta? ¿Por qué tiene un cuchillo? —preguntaban al unísono, mientras el más chiquito casi llorando, solo repetía que tenía mucho miedo.
El niño mago, después de unos segundos de confusión, reaccionó:
—¡Julia me iba a matar! ¡Lo iba a hacer con ese cuchillo! Pero Jacinto le pegó con el jarrón y me salvó...
Todos se quedaron mirando al hombre que no sabía si lo que había hecho estaba mal o bien porque, ahora sí, creyó que de esa villa no salía más.
—Despierten a todos, tenemos una junta —dijo el niño mago, ordenándole a Jacinto que fuese hasta el restaurante y esperara allí.

Solo en el restaurante, nuestro héroe pensaba qué podían estar decidiendo en esa junta. Quizás eliminarlo, o volverlo a convertir en sapo o felicitarlo por haberle salvado la vida al niño mago o nombrarlo el nuevo maestro, pero no, esto último no porque él era solo un vendedor de seguros. Mientras se paseaba por entre las mesas y sillas del local, un poco nervioso por la situación, trataba de imaginarse cómo sería una junta de niños: absurda seguramente.
De pronto, una docena de niños de la villa entraron al restaurante. Llegaban todos en pijamas; los más chiquitos, abrazados a sus ositos de peluche, pero tan serios como siempre. Jacinto pensó, ‘’Dios mío, de lo que son capaces estos pibes y lo tiernitos que parecen, si hasta se asustaron cuando vieron a Julia tirada en el piso’’.
Todos se pararon en silencio frente a él, generando un momento de incertidumbre que inquietó un poco al hombre. De pronto, desde la parte alta del restaurante, bajó las escaleras el cantinero, que con mucha tranquilidad se colocó delante de los niños, enfrentando a Jacinto que ahora esperó que sucediera algo; bueno o malo, pero con esperanzas de que sea bueno, después de todo era un héroe.
—Don Jacinto —comenzó diciendo el cantinero—. Ya estoy enterado de lo que acaba de suceder, los chicos están convencidos de que usted le salvó la vida a David.
—¡Ah! El niño mago se llama David... Claro, si es mago como Coperf...
—Además —lo interrumpió el cantinero—, ellos piensan que de esta manera les salvó la vida a todos, aunque, mi amigo, yo creo que usted llegó con Julia a la habitación con un plan y luego se arrepintió, ¿o no?
—¡Noooo! —dijo el pobre muy nervioso—. Yo sería incapaz de...
—Mire, don Jacinto, es mi opinión contra doce así que yo respeto la decisión de ellos.
—¡Claro! —suspiro Jacinto…—. ¿Y cuál es la decisión que tomaron? —preguntó intrigado y con más esperanzas todavía.
—Dejarlo ir —remató David.
A Jacinto se le iluminaron los ojos, casi se le llenaron de lágrimas; pensó: "Por fin me voy a ir de esta maldita villa". Y también pensó: ‘’Qué tontos que son, cuando llegue a la primera ciudad los voy a denunciar, voy a ir a la televisión, a la radio y todo el mundo se va a enterar de dónde están todos estos chicos desaparecidos que además son unos asesinos y secuestradores’’.
—Pero no se va a ir solo —lo volvió a la realidad David.
A Jacinto se le cayó el alma a los pies.
—¿Cómo que no me voy solo?
—Merlina se va con usted —dijo el cantinero.
—¿Me qué…? ¿Qui... quién es Mer... Merlina? —tartamudeó y le tembló la voz.
—Soy yo —se escuchó tímidamente. La vocecita, provenía de la rubiecita de tres años, que había visto en la ventana aquella primera mañana en la villa.
El cantinero siguió hablando:
—Merlina extraña a su familia, ella es muy chica todavía y fue un error traerla de tan pequeña, ya tendrá tiempo de volver con nosotros para prepararse.
—Perdón… —se envalentonó el ocasional héroe de la noche—. Cada vez entiendo menos: ¿prepararse para qué? y además, está bien que extrañe a su familia estando sus padres muert...
—Para ella no... —no lo dejó seguir el cantinero—. Sus padres están viajando por el mundo y su abuela la está esperando en la casa. En esa casa a la que usted la va a llevar y de esa manera se convertirá en guardián de la niña.
—¡Ah claro! ¡Ahora entiendo lo de los seguros de vida!, y… ¿Quéééé? —gritó Jacinto con una sonrisa irónica y de asombro a la vez—. Ni loco. ¿De qué están hablando? Yo no pienso ser guardián de nadie, yo ¡vendo seguros de vida!, pero no le doy seguridad a nadie ¿me entienden?... Y sí, qué me miran… De algo hay que vivir…
—Prepárese para salir y tenga mucho cuidado con lo que dice fuera de la villa, Merlina lo va a vigilar siempre. —Fue David esta vez el que habló con mucha energía en su voz.
“Mejor me callo y en cuanto me vaya me deshago de este monstruito y listo”, pensó para sus adentros nuestro hombre, y decidió no discutir más.

La pequeña Merlina y Jacinto ya estaban listos para partir. Antes de hacerlo, quiso saber qué había pasado con Julia:
—Decime David ¿qué hicieron con Julia? ¿La mataron acaso?
—No se preocupe, ella va a estar bien aquí —le contestó el niño mago.
Salieron a la calle donde seguía estacionado el viejo Ford. Merlina fue rodeada por todos los niños para una despedida bastante emotiva, con la promesa de que pronto todos iban a encontrarse de nuevo. Jacinto abrió la puerta de atrás del auto para que la pequeña subiera y se acomodara para un largo viaje, cuando de pronto apareció corriendo por la calle un pequeño cerdito que fue directamente a morder y tironear la botamanga de su pantalón. El pobre no sabía como desprenderse del porcino.
—¡Pero! ¿Qué le pasa a este chanchito? —protestó.
David, tomó al cerdito con sus dos manos y comenzó a acariciarlo diciéndole al molesto Jacinto:
—Es una cerdita… Un poco juguetona… Perdónela.
—Bueno, está bien, decime, la van a poner bien gordita para hacer un asadito, ¿no? ¡Je! —dijo en broma Jacinto. La cerdita entonces empezó a chillar más fuerte y desesperada, mirándolo con los ojos desorbitados.
—Pobre... Parece que no le gustó. —Y lanzando una carcajada subió al auto, lo puso en marcha y esta vez, por supuesto, arrancó.

Con el brazo fuera del auto a modo de saludo, se fue alejando de la villa, feliz por volver a la civilización. No había hecho más de 500 metros por el camino de tierra en busca de la ruta, la que, estaba seguro, esta vez iba a encontrar, cuando se largó de golpe una lluvia torrencial. Temió por un momento perderse, hasta que allí, a unos treinta metros, vio el ansiado asfalto y el cartel que señalaba: VILLA ILUSA 1 KM.
Estaba por llegar al punto de partida de esa pesadilla vivida, cuando un pequeño auto salió de la ruta tomando el camino a la villa. Desde el autito le hicieron luces para que se detuviera; Jacinto lo hizo bajando la ventanilla para ver mejor al conductor. Era conductora.
—Dígame señor, ¿en Villa Ilusa hay un lugar donde parar?, porque esta tormenta es terrible y me da un poco de miedo viajar así.
—¿Va muy lejos?— le preguntó gritando, Jacinto.
—Sí, como a trescientos kilómetros, porque soy maestra de frontera ¿sabe?, y voy a una escuelita de un pueblo medio perdido— Dijo la joven que tendría unos veinticinco años más o menos.
—Entonces le aconsejo que siga su camino —le dijo Jacinto, que cada vez tenía que gritar más porque los truenos producían un ruido terrible—. Ni se le ocurra ir hasta la villa, hágame caso.
—¡Muchas gracias señor pero no lo escucho bien, mejor sigo hasta la villa, adiós!
Y se fue ante el estupor del pobre hombre que, resignado, puso en marcha el auto rumbo a Buenos Aires. Ya en la ruta, miró por el espejo retrovisor a la pequeña para decirle:
—Merlina, tus amiguitos sí que no pierden el tiempo ¿no?
—A mí nunca me gustó mucho Julia —dijo la niña.