jueves, 4 de febrero de 2010

La Villa Ilusa. Capítulo 17.

Resumen del capítulo anterior: Al otro día del que Jacinto, sin proponérselo, convirtiera a los exterminadores en patitos con un hermoso plumaje amarillo, el doctor de la Villa Ilusa sacó sangre de las venas de nuestro héroe y la inyectó en las venas de Ángela y David para que recuperaran sus poderes. Todos se sentían felices en la Villa por este triunfo sobre los exterminadores. Jacinto hacía planes para construir un lago para los patitos y Ángela se preocupaba porque no creía que ese ataque hubiera sido el último de estos malvados. Ella esperaba algo peor. Jacinto intentaba convencerla de que ya todo había pasado, que se tranquilizara, mientras se quejaba porque Merlina le movía la silla en la que estaba sentado, pero Merlina se encontraba a unos metros de él. David sintió también que su silla se movía. De pronto toda La Villa Ilusa comenzó a temblar. Salieron corriendo fuera de la hostería y restaurante unos segundos antes de que esta se desplomara por completo. Las casitas de la Villa se desmoronaban como castillos de naipes. Toda la Villa Ilusa temblaba como en un terremoto y, de pronto, silencio... Quietud... Escucharon un sonido burbujeante, se aprestaron a recibir lo que podría ser un nuevo ataque de los exterminadores de ángeles y sorpresivamente aparecieron por los cuatro costados de la Villa, olas impresionantes que los sepultó a todos como un mar embravecido y sin piedad.


Un mar de agua dulce inmenso hasta donde alcanzara la vista se formó de pronto. El cielo limpio tiñó de azul el agua que poco a poco fue aquietándose.
Luego, nuevamente silencio... Calma... Y una cabeza que salió a la superficie con la boca bien abierta tomando aire, más un cuerpecito que, abrazado a este hombre, respiró abriendo su boca desesperada y tosió escupiendo agua. Jacinto y Merlina.
Jacinto intentó mover sus alas mojadas y de a poco lo consiguió; de esta manera comenzó a elevarse sosteniendo a la pequeña y asustada Merlina hasta lograr una altura considerable y ver el horrendo panorama. Todo era agua, apenas aparecían las puntas de los pinos más altos.

—¿Qué pasó, dónde están los chicos y Ángela? —preguntó Merlina llorando. Jacinto, angustiado, no respondió. Sabía que quizá no habían podido escapar, sabía que todos los humanos, sus nuevos amigos, seguramente habían muerto ahogados, oprimidos por los poderosos que decidieron exterminarlos, sabía que esto es siempre así. Su esperanza era que Ángela, David y los niños sí hubieran podido escapar como él y Merlina, pero no veía a nadie con vida alrededor. Solo agua, agua y más agua.
Jacinto dio vueltas volando por el lugar sin alejarse, con la esperanza de ver a Ángela y a los niños también volando. Observó cerca de allí un río muy correntoso que desembocaba en un pequeño lago casi vacío, y este a un dique abierto supuestamente por unos ingenieros para inundar el bosque de pinos donde se encontraba la Villa, esa Villa Ilusa que, por supuesto y seguramente, no tenían idea de que existíera. Posiblemente uno de esos ingenieros fuera un exterminador. Es lo que pensó Jacinto. El terremoto previo a la inundación carecía de toda lógica.

—¡Aaahhh! —Gritó del susto cuando sintió que le tocaban el hombro. Se dio vuelta en el aire y allí estaba; David que, rodeado de los otros niños-ángeles y del cantinero Gabriel, agitaba sus alas mojadas para mantenerse en el aire. Ángela no estaba con ellos.
David le explicó al angustiado Jacinto que ellos habían logrado escapar pero a Ángela no la habían visto. Todos estaban entristecidos por ella, tenían la esperanza de que lo hubiera logrado. No podían hacer nada por la hermosa mujer-ángel, solo tener fe. Los humanos dificilmente habrían podido escapar de semejante inundación. Ya no había nada que hacer.

De pronto Merlina se aferró más a su ángel protector muy asustada. Vio algo en el horizonte que se acercaba rápidamente. Todos miraron intrigados y expectantes en dirección hacia donde tenía la vista clavada la niña. Era una nube negra, o algo parecido, que se movía como si, a medida que avanzaba hacia ellos, creciera y creciera cada vez más. Un terrible zumbido provenía de esa nube, penetrante e insoportable para los oídos.
Se juntaron todos batiendo sus alas para esperar este nuevo acontecimiento que se avecinaba. Seguramente, un nuevo ataque de los seres oscuros con el fin de exterminar, de una vez y para siempre, a Jacinto y a sus amigos alados que, hasta aquí, habían logrado sobrevivir milagrosamente a cada ataque.

Cientos, miles, millones de avispas ponzoñosas los rodearon y atacaron sin piedad intentando destruir sus alas, clavando sus aguijones en la piel de cada uno de ellos, destrozando la carne, agujereando y ensanchando aún más cada poro, lastimando cada centímetro de sus cuerpos indefensos.
Jacinto, desesperado, trataba de proteger a Merlina, rodeándola con sus brazos y apretándola contra su cuerpo casi inútilmente. Ya no le quedaban fuerzas para soportar tanta agresión, la peor desde que él llegó a la Villa Ilusa.
La suerte parecía haberlos abandonado. Las alas perdían sus plumas hasta el punto de sentir que esta vez habían sido vencidos por estos seres tan llenos de maldad, que en forma de insectos con terribles aguijones, les hacían caer al agua de ese lago enorme que inundó totalmente la Villa Ilusa. Se ahogarían en pocos segundos más.


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