jueves, 26 de noviembre de 2009

La Villa Ilusa. Capítulo 7.

Resumen del capítulo anterior: Julia, la maestra de Villa Ilusa, convence a Jacinto de matar a los niños para poder escapar de ese lugar. Decide asesinar primero al que considera el más peligroso: el niño mago que convirtió a Jacinto en un sapo. Cuando se apresta a hacerlo con un gran cuchillo, mientras el niño duerme, Jacinto se arrepiente y golpea a Julia con un jarrón en la cabeza desmayándola. El niño mago despierta y descubre que el hombre le ha salvado la vida. Todos los niños y el cantinero se reúnen en el restaurante y deciden que Jacinto se vaya de la villa, pero con la más pequeña de las niñas: Merlina. Le ordenan que la regrese a su casa. Dicen que es muy chica todavía; vaya a saber para qué. Cuando Jacinto se está por ir con Merlina, quiere saber que pasó con Julia, entonces un cerdito aparece corriendo y muerde su pantalón. David, así se llama el niño mago, le dice a nuestro hombre que es una cerdita que ellos cuidarán. Cuando nuestro héroe se va al fin con la niña y llega a la ruta, en el medio de una tremenda tormenta, se cruza con un auto que va hacia la villa. La conductora es una maestra y, seguramente reemplazará a Julia en la escuela.




Fue un largo viaje de casi diez horas durante el cual Jacinto no tuvo el valor de abandonar a la pequeña Merlina, aunque no dejaba de pensar en eso: "No estaría mal dejarla en la puerta de una iglesia de algún pueblo perdido por ahí" o "qué tal si aparece el OVNI que alguna vez me persiguió y se la lleva a Marte sin escalas y para siempre". De todos modos, verla dormir en el asiento trasero lo llenaba de ternura.
—Ejem —carraspeó. Lo único que le faltaba, enternecerse por ese pequeño pero peligroso ser.

Llegaron hasta una vieja pero elegante casona en San Isidro, de donde supuestamente Merlina había sido secuestrada cinco meses atrás, lo que produjo una gran alegría a la niña, que bajó del auto corriendo y, estirándose todo lo que podía, comenzó a tocar el timbre sin sacar el dedo del botón.
"Y si acelero y me voy de acá ya… ¿Quién me va a encontrar?", pensó Jacinto mirando a Merlina, quien con el dedo en el timbre esperaba que le abrieran la puerta.
No lo pensó más y puso primera. Comenzó a soltar el embrague con su pie izquierdo, apretó el acelerador con su pie derecho muy despacito y en eso… ¡Pum!... Estallaron los dos neumáticos de adelante. Fue como si el auto, todo, se desinflara.
Se abrió la puerta de la casona y apareció la abuela de la niña. En el medio de una gran algarabía, abrazó a Merlina y las dos se quedaron un largo rato así, como fundidas. Jacinto, inclinado hacia adelante por el efecto de las ruedas delanteras sin aire, sólo atinó a maldecir en voz baja.
—Pase Jacinto y no se queje, después alguien va a arreglar su auto, no se preocupe...
El pobre se bajó del auto resignado. Resulta que la abuela ya sabía como se llamaba: ¿no era que en Villa Ilusa no había teléfono ni funcionaban los celulares?

La casa era de película, o por lo menos así la veía Jacinto. Con varios cuartos, muebles de estilo, de un estilo viejo para él; un mucamo de esmoquin, aunque tenía un poco gastado el cuello de la camisa, y todas esas cosas que, a pesar del cuello gastado, hacían suponer que allí sobraba el dinero.
—Estamos en la ruina —dijo la abuela de Merlina sirviendo el té con unos scones que entraban por los ojos de Jacinto y llegaban directamente a su estómago.
—Didgagme segñogra —preguntó el hombre con la boca llena—. Pergrdón, eh. —Terminó de tragar…—. ¿Cómo es eso de que están en la ruina? Porque no lo parece...
La distinguida señora, ahora venida a menos pero tan refinada como lo habría sido toda su vida, porque Jacinto pensaba que esas cosas sí que no se pierden nunca, sirvió un poco más de té, comentando:
—Desde que los padres de Merlina fueron asesinados...
Jacinto levantó la mano interrumpiéndola.
—Perdón señora, ¿asesinados? ¿Por quién? Porque hay una teoría que di...
—Mire Jacinto, lo que Julia le haya dicho no es la realidad, ella trabaja para los que quieren destruir a todos los chicos y su misión era esa, eliminarlos, pero, así le fue: gracias a usted terminó en un chiquero.
Mientras la señora hablaba, Jacinto la miraba con los ojos bien abiertos y cada vez entendía menos.
—¿En un chiquero? —balbuceó—. No, no puede ser, no... no puedo creer que la cerd...
—Usted —siguió la abuela— llegó a la Villa Ilusa con una misión: proteger a Merlina. Después de todo su trabajo es vender seguros de vida—. Dijo esto esbozando una sonrisa pícara.
Jacinto lanzó una carcajada ante semejante afirmación de la señora.
—¡Qué tiene que ver que yo venda seguros de vida! ¡Por favor señora no me diga eso!... Ya les expliqué a todos allá que…
—Le digo las cosas como son, ¿están ricos los scones, no? —dijo, observando que Jacinto no paraba de comerlos.
—Bárbaros, ¿cómo los hace? Porque yo a veces cocino... Imagínese, estoy siempre solo... — Y se metió el décimo por lo menos en la boca de un saque…
Y la señora dijo con mucha ternura:
—Ya nunca más va a estar solo Jacinto, ahora es como si tuviera una hija...
La ambulancia sólo tardó diez minutos en llegar, pero por suerte la abuela de la niña ya le había sacado el scon que el pobre tenía atragantado.

Cómo cambió de pronto la vida de Jacinto Desanzo. Aquella tormenta en la ruta, el cartel que indicaba sobre la Villa Ilusa a un 1 kilómetro, los niños magos o brujos, porque a esta altura ya no sabía como calificarlos; después de todo eran capaces de convertir a Julia en una cerdita y a él en un sapo. ¡Julia!, un verdadero enigma desde el momento en que decidió matar a los niños. “¡Matar a los niños! –se decía a si mismo—. ¿Cómo puede tener tanta maldad?, y casi me convence”, se lamentaba.
Y Merlina, la pequeña Merlina, tan dulce y frágil, que ahora resultaba que lo necesitaba a él, justo a él que jamás se interesó por los niños de ninguna manera. Pero esta pequeña, despertaba cierta emoción en este hombre poco interesado en formar alguna vez una familia. Este acontecimiento vivido en la Villa Ilusa, pasaba a engrosar sus anécdotas de viaje y sin duda se convertiría en la más increíble de todas. ¡Si hasta había sido sapo por un instante! Lástima que cuando volvió a ser hombre no lo hizo como un príncipe. ¡Nunca dejaría de ser un simple vendedor de seguros de vida!

Jacinto dedicó el día a recorrer la casa. Se sintió a gusto. Nunca había estado en un lugar así, tan grande y cómodo. Se interesó por las pinturas que adornaban las paredes y representaban escenas bíblicas con ángeles, doncellas regordetas y apóstoles. “Debe ser una familia muy católica”, se decía a sí mismo.
En el jardín, que por cierto estaba muy bien cuidado, había una estatua de una mujer casi desnuda llevando un cántaro, otra de una madre con su niño en su regazo y hasta una fuente con angelitos que lanzaban agua por la boca.
—Qué feliz sería un sapo en este lugar —ironizó divertido.

—Perdone señora, pero no me dijo su nombre —se interesó mientras el mucamo, muy respetuoso, les servía la cena.
—¡Oh! Qué horror y descortesía la mía, le ruego me disculpe, me llamo María.
—La abuela María —aclaró Merlina disfrutando de unos deliciosos ñoquis al fileto.
—Bueno, tampoco me dijo muchas cosas que creo debería saber —siguió Jacinto para luego saborear un borgoña cosecha 1988 que, según María, era de los pocos que quedaban en la bodega que una vez supo ser un orgullo de la familia.
—Porque no terminamos de cenar y luego cuando mi pequeña se vaya a dormir hablamos de todo —dijo la abuela—. ¿No es cierto mi bebé? —siguió dirigiéndose a la niña.
—Es un angelito —agregó Jacinto, más preocupado en saborear el vino que en pensar en lo que decía.
—Usted lo ha dicho mi querido señor...
—¿Qué?
—Nada Jacinto, que el vino es excelente.

1 comentario: