jueves, 26 de noviembre de 2009

La Villa Ilusa. Capítulo 7.

Resumen del capítulo anterior: Julia, la maestra de Villa Ilusa, convence a Jacinto de matar a los niños para poder escapar de ese lugar. Decide asesinar primero al que considera el más peligroso: el niño mago que convirtió a Jacinto en un sapo. Cuando se apresta a hacerlo con un gran cuchillo, mientras el niño duerme, Jacinto se arrepiente y golpea a Julia con un jarrón en la cabeza desmayándola. El niño mago despierta y descubre que el hombre le ha salvado la vida. Todos los niños y el cantinero se reúnen en el restaurante y deciden que Jacinto se vaya de la villa, pero con la más pequeña de las niñas: Merlina. Le ordenan que la regrese a su casa. Dicen que es muy chica todavía; vaya a saber para qué. Cuando Jacinto se está por ir con Merlina, quiere saber que pasó con Julia, entonces un cerdito aparece corriendo y muerde su pantalón. David, así se llama el niño mago, le dice a nuestro hombre que es una cerdita que ellos cuidarán. Cuando nuestro héroe se va al fin con la niña y llega a la ruta, en el medio de una tremenda tormenta, se cruza con un auto que va hacia la villa. La conductora es una maestra y, seguramente reemplazará a Julia en la escuela.




Fue un largo viaje de casi diez horas durante el cual Jacinto no tuvo el valor de abandonar a la pequeña Merlina, aunque no dejaba de pensar en eso: "No estaría mal dejarla en la puerta de una iglesia de algún pueblo perdido por ahí" o "qué tal si aparece el OVNI que alguna vez me persiguió y se la lleva a Marte sin escalas y para siempre". De todos modos, verla dormir en el asiento trasero lo llenaba de ternura.
—Ejem —carraspeó. Lo único que le faltaba, enternecerse por ese pequeño pero peligroso ser.

Llegaron hasta una vieja pero elegante casona en San Isidro, de donde supuestamente Merlina había sido secuestrada cinco meses atrás, lo que produjo una gran alegría a la niña, que bajó del auto corriendo y, estirándose todo lo que podía, comenzó a tocar el timbre sin sacar el dedo del botón.
"Y si acelero y me voy de acá ya… ¿Quién me va a encontrar?", pensó Jacinto mirando a Merlina, quien con el dedo en el timbre esperaba que le abrieran la puerta.
No lo pensó más y puso primera. Comenzó a soltar el embrague con su pie izquierdo, apretó el acelerador con su pie derecho muy despacito y en eso… ¡Pum!... Estallaron los dos neumáticos de adelante. Fue como si el auto, todo, se desinflara.
Se abrió la puerta de la casona y apareció la abuela de la niña. En el medio de una gran algarabía, abrazó a Merlina y las dos se quedaron un largo rato así, como fundidas. Jacinto, inclinado hacia adelante por el efecto de las ruedas delanteras sin aire, sólo atinó a maldecir en voz baja.
—Pase Jacinto y no se queje, después alguien va a arreglar su auto, no se preocupe...
El pobre se bajó del auto resignado. Resulta que la abuela ya sabía como se llamaba: ¿no era que en Villa Ilusa no había teléfono ni funcionaban los celulares?

La casa era de película, o por lo menos así la veía Jacinto. Con varios cuartos, muebles de estilo, de un estilo viejo para él; un mucamo de esmoquin, aunque tenía un poco gastado el cuello de la camisa, y todas esas cosas que, a pesar del cuello gastado, hacían suponer que allí sobraba el dinero.
—Estamos en la ruina —dijo la abuela de Merlina sirviendo el té con unos scones que entraban por los ojos de Jacinto y llegaban directamente a su estómago.
—Didgagme segñogra —preguntó el hombre con la boca llena—. Pergrdón, eh. —Terminó de tragar…—. ¿Cómo es eso de que están en la ruina? Porque no lo parece...
La distinguida señora, ahora venida a menos pero tan refinada como lo habría sido toda su vida, porque Jacinto pensaba que esas cosas sí que no se pierden nunca, sirvió un poco más de té, comentando:
—Desde que los padres de Merlina fueron asesinados...
Jacinto levantó la mano interrumpiéndola.
—Perdón señora, ¿asesinados? ¿Por quién? Porque hay una teoría que di...
—Mire Jacinto, lo que Julia le haya dicho no es la realidad, ella trabaja para los que quieren destruir a todos los chicos y su misión era esa, eliminarlos, pero, así le fue: gracias a usted terminó en un chiquero.
Mientras la señora hablaba, Jacinto la miraba con los ojos bien abiertos y cada vez entendía menos.
—¿En un chiquero? —balbuceó—. No, no puede ser, no... no puedo creer que la cerd...
—Usted —siguió la abuela— llegó a la Villa Ilusa con una misión: proteger a Merlina. Después de todo su trabajo es vender seguros de vida—. Dijo esto esbozando una sonrisa pícara.
Jacinto lanzó una carcajada ante semejante afirmación de la señora.
—¡Qué tiene que ver que yo venda seguros de vida! ¡Por favor señora no me diga eso!... Ya les expliqué a todos allá que…
—Le digo las cosas como son, ¿están ricos los scones, no? —dijo, observando que Jacinto no paraba de comerlos.
—Bárbaros, ¿cómo los hace? Porque yo a veces cocino... Imagínese, estoy siempre solo... — Y se metió el décimo por lo menos en la boca de un saque…
Y la señora dijo con mucha ternura:
—Ya nunca más va a estar solo Jacinto, ahora es como si tuviera una hija...
La ambulancia sólo tardó diez minutos en llegar, pero por suerte la abuela de la niña ya le había sacado el scon que el pobre tenía atragantado.

Cómo cambió de pronto la vida de Jacinto Desanzo. Aquella tormenta en la ruta, el cartel que indicaba sobre la Villa Ilusa a un 1 kilómetro, los niños magos o brujos, porque a esta altura ya no sabía como calificarlos; después de todo eran capaces de convertir a Julia en una cerdita y a él en un sapo. ¡Julia!, un verdadero enigma desde el momento en que decidió matar a los niños. “¡Matar a los niños! –se decía a si mismo—. ¿Cómo puede tener tanta maldad?, y casi me convence”, se lamentaba.
Y Merlina, la pequeña Merlina, tan dulce y frágil, que ahora resultaba que lo necesitaba a él, justo a él que jamás se interesó por los niños de ninguna manera. Pero esta pequeña, despertaba cierta emoción en este hombre poco interesado en formar alguna vez una familia. Este acontecimiento vivido en la Villa Ilusa, pasaba a engrosar sus anécdotas de viaje y sin duda se convertiría en la más increíble de todas. ¡Si hasta había sido sapo por un instante! Lástima que cuando volvió a ser hombre no lo hizo como un príncipe. ¡Nunca dejaría de ser un simple vendedor de seguros de vida!

Jacinto dedicó el día a recorrer la casa. Se sintió a gusto. Nunca había estado en un lugar así, tan grande y cómodo. Se interesó por las pinturas que adornaban las paredes y representaban escenas bíblicas con ángeles, doncellas regordetas y apóstoles. “Debe ser una familia muy católica”, se decía a sí mismo.
En el jardín, que por cierto estaba muy bien cuidado, había una estatua de una mujer casi desnuda llevando un cántaro, otra de una madre con su niño en su regazo y hasta una fuente con angelitos que lanzaban agua por la boca.
—Qué feliz sería un sapo en este lugar —ironizó divertido.

—Perdone señora, pero no me dijo su nombre —se interesó mientras el mucamo, muy respetuoso, les servía la cena.
—¡Oh! Qué horror y descortesía la mía, le ruego me disculpe, me llamo María.
—La abuela María —aclaró Merlina disfrutando de unos deliciosos ñoquis al fileto.
—Bueno, tampoco me dijo muchas cosas que creo debería saber —siguió Jacinto para luego saborear un borgoña cosecha 1988 que, según María, era de los pocos que quedaban en la bodega que una vez supo ser un orgullo de la familia.
—Porque no terminamos de cenar y luego cuando mi pequeña se vaya a dormir hablamos de todo —dijo la abuela—. ¿No es cierto mi bebé? —siguió dirigiéndose a la niña.
—Es un angelito —agregó Jacinto, más preocupado en saborear el vino que en pensar en lo que decía.
—Usted lo ha dicho mi querido señor...
—¿Qué?
—Nada Jacinto, que el vino es excelente.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

La Villa Ilusa. Capítulo 6.

Resumen del capítulo anterior: Mientras Jacinto desayuna en el restaurante de Villa ilusa, después de su encuentro con Julia, la maestra, descubre que uno de los parroquianos es médico al verlo atender a un niño. Se acerca a él con la excusa de que le duele la cabeza y, mientras el doctor lo atiende, Jacinto lo ataca a preguntas para saber más de ese lugar. Un niño le advierte que no haga tantas preguntas porque si insiste lo convertirá en sapo. Jacinto, indignado y cansado por la situación, se dirije a su auto para irse de allí una vez más. Entonces, el niño lo convierte en un sapo. Se desmaya del terror. Cuando despierta, nuevamente humano por suerte, corre a la escuela desesperado para pedirle a Julia que lo ayude a escapar ¡ya!. La maestra le dice que la única manera de hacerlo es matando a los niños de la villa.



El niño mago, capaz de convertir a Jacinto en un sapo, dormía, como todos los niños, plácida y profundamente, totalmente desparramado en la cama del pequeño cuarto de una de las casitas de la villa. Una tenue luz de la luna que entraba por la ventana, con la persiana levantada, lo iluminaba. Julia tomó la decisión de eliminarlo primero, porque lo consideraba el más peligroso. Para Jacinto tenía toda la pinta de un angelito, peligroso, sí, pero angelito al fin.
—Cómo quedamos, yo empiezo con este y vos seguís con el segundo y así sucesivamente. ¿Ok, Jacinto? —susurró Julia mientras levantaba, con furia en sus ojos, un enorme cuchillo de cocina para clavarlo en el pecho del niño dormido.

Julia se puso firme con sus dos manos levantadas sosteniendo el cuchillo y apuntando al niño. Cerró los ojos y cuando se aprestaba a clavárselo en el corazón, recibió un tremendo golpe en la cabeza que la desmayó instantáneamente. Jacinto, que en su mano sostenía un pedazo de un jarrón que por suerte vio de pronto encima de una mesita, se quedó mirando a Julia tirada en el piso rodeada de los pedazos del resto del jarrón.
El tremendo ruido del golpe producido por el jarronazo, despertó bruscamente al niño, que asustado gritó dos veces “¡Mami, mami!”, quedándose con sus ojitos bien abiertos, mirando la escena quieta de Jacinto con el resto del jarrón en la mano derecha, parado al lado de la desmayada Julia con el cuchillo de cocina todavía en las manos.
—¡Ah! ¡Ahora llamás a tu mamá después de que la mataste, maldito asesino, debería haber dejado que Julia te matara! —le gritó al niño, furioso.
En ese momento entraron a la habitación tres de los niños que dormían en otros cuartos.
—¿Qué pasó? ¿Está muerta? ¿Por qué tiene un cuchillo? —preguntaban al unísono, mientras el más chiquito casi llorando, solo repetía que tenía mucho miedo.
El niño mago, después de unos segundos de confusión, reaccionó:
—¡Julia me iba a matar! ¡Lo iba a hacer con ese cuchillo! Pero Jacinto le pegó con el jarrón y me salvó...
Todos se quedaron mirando al hombre que no sabía si lo que había hecho estaba mal o bien porque, ahora sí, creyó que de esa villa no salía más.
—Despierten a todos, tenemos una junta —dijo el niño mago, ordenándole a Jacinto que fuese hasta el restaurante y esperara allí.

Solo en el restaurante, nuestro héroe pensaba qué podían estar decidiendo en esa junta. Quizás eliminarlo, o volverlo a convertir en sapo o felicitarlo por haberle salvado la vida al niño mago o nombrarlo el nuevo maestro, pero no, esto último no porque él era solo un vendedor de seguros. Mientras se paseaba por entre las mesas y sillas del local, un poco nervioso por la situación, trataba de imaginarse cómo sería una junta de niños: absurda seguramente.
De pronto, una docena de niños de la villa entraron al restaurante. Llegaban todos en pijamas; los más chiquitos, abrazados a sus ositos de peluche, pero tan serios como siempre. Jacinto pensó, ‘’Dios mío, de lo que son capaces estos pibes y lo tiernitos que parecen, si hasta se asustaron cuando vieron a Julia tirada en el piso’’.
Todos se pararon en silencio frente a él, generando un momento de incertidumbre que inquietó un poco al hombre. De pronto, desde la parte alta del restaurante, bajó las escaleras el cantinero, que con mucha tranquilidad se colocó delante de los niños, enfrentando a Jacinto que ahora esperó que sucediera algo; bueno o malo, pero con esperanzas de que sea bueno, después de todo era un héroe.
—Don Jacinto —comenzó diciendo el cantinero—. Ya estoy enterado de lo que acaba de suceder, los chicos están convencidos de que usted le salvó la vida a David.
—¡Ah! El niño mago se llama David... Claro, si es mago como Coperf...
—Además —lo interrumpió el cantinero—, ellos piensan que de esta manera les salvó la vida a todos, aunque, mi amigo, yo creo que usted llegó con Julia a la habitación con un plan y luego se arrepintió, ¿o no?
—¡Noooo! —dijo el pobre muy nervioso—. Yo sería incapaz de...
—Mire, don Jacinto, es mi opinión contra doce así que yo respeto la decisión de ellos.
—¡Claro! —suspiro Jacinto…—. ¿Y cuál es la decisión que tomaron? —preguntó intrigado y con más esperanzas todavía.
—Dejarlo ir —remató David.
A Jacinto se le iluminaron los ojos, casi se le llenaron de lágrimas; pensó: "Por fin me voy a ir de esta maldita villa". Y también pensó: ‘’Qué tontos que son, cuando llegue a la primera ciudad los voy a denunciar, voy a ir a la televisión, a la radio y todo el mundo se va a enterar de dónde están todos estos chicos desaparecidos que además son unos asesinos y secuestradores’’.
—Pero no se va a ir solo —lo volvió a la realidad David.
A Jacinto se le cayó el alma a los pies.
—¿Cómo que no me voy solo?
—Merlina se va con usted —dijo el cantinero.
—¿Me qué…? ¿Qui... quién es Mer... Merlina? —tartamudeó y le tembló la voz.
—Soy yo —se escuchó tímidamente. La vocecita, provenía de la rubiecita de tres años, que había visto en la ventana aquella primera mañana en la villa.
El cantinero siguió hablando:
—Merlina extraña a su familia, ella es muy chica todavía y fue un error traerla de tan pequeña, ya tendrá tiempo de volver con nosotros para prepararse.
—Perdón… —se envalentonó el ocasional héroe de la noche—. Cada vez entiendo menos: ¿prepararse para qué? y además, está bien que extrañe a su familia estando sus padres muert...
—Para ella no... —no lo dejó seguir el cantinero—. Sus padres están viajando por el mundo y su abuela la está esperando en la casa. En esa casa a la que usted la va a llevar y de esa manera se convertirá en guardián de la niña.
—¡Ah claro! ¡Ahora entiendo lo de los seguros de vida!, y… ¿Quéééé? —gritó Jacinto con una sonrisa irónica y de asombro a la vez—. Ni loco. ¿De qué están hablando? Yo no pienso ser guardián de nadie, yo ¡vendo seguros de vida!, pero no le doy seguridad a nadie ¿me entienden?... Y sí, qué me miran… De algo hay que vivir…
—Prepárese para salir y tenga mucho cuidado con lo que dice fuera de la villa, Merlina lo va a vigilar siempre. —Fue David esta vez el que habló con mucha energía en su voz.
“Mejor me callo y en cuanto me vaya me deshago de este monstruito y listo”, pensó para sus adentros nuestro hombre, y decidió no discutir más.

La pequeña Merlina y Jacinto ya estaban listos para partir. Antes de hacerlo, quiso saber qué había pasado con Julia:
—Decime David ¿qué hicieron con Julia? ¿La mataron acaso?
—No se preocupe, ella va a estar bien aquí —le contestó el niño mago.
Salieron a la calle donde seguía estacionado el viejo Ford. Merlina fue rodeada por todos los niños para una despedida bastante emotiva, con la promesa de que pronto todos iban a encontrarse de nuevo. Jacinto abrió la puerta de atrás del auto para que la pequeña subiera y se acomodara para un largo viaje, cuando de pronto apareció corriendo por la calle un pequeño cerdito que fue directamente a morder y tironear la botamanga de su pantalón. El pobre no sabía como desprenderse del porcino.
—¡Pero! ¿Qué le pasa a este chanchito? —protestó.
David, tomó al cerdito con sus dos manos y comenzó a acariciarlo diciéndole al molesto Jacinto:
—Es una cerdita… Un poco juguetona… Perdónela.
—Bueno, está bien, decime, la van a poner bien gordita para hacer un asadito, ¿no? ¡Je! —dijo en broma Jacinto. La cerdita entonces empezó a chillar más fuerte y desesperada, mirándolo con los ojos desorbitados.
—Pobre... Parece que no le gustó. —Y lanzando una carcajada subió al auto, lo puso en marcha y esta vez, por supuesto, arrancó.

Con el brazo fuera del auto a modo de saludo, se fue alejando de la villa, feliz por volver a la civilización. No había hecho más de 500 metros por el camino de tierra en busca de la ruta, la que, estaba seguro, esta vez iba a encontrar, cuando se largó de golpe una lluvia torrencial. Temió por un momento perderse, hasta que allí, a unos treinta metros, vio el ansiado asfalto y el cartel que señalaba: VILLA ILUSA 1 KM.
Estaba por llegar al punto de partida de esa pesadilla vivida, cuando un pequeño auto salió de la ruta tomando el camino a la villa. Desde el autito le hicieron luces para que se detuviera; Jacinto lo hizo bajando la ventanilla para ver mejor al conductor. Era conductora.
—Dígame señor, ¿en Villa Ilusa hay un lugar donde parar?, porque esta tormenta es terrible y me da un poco de miedo viajar así.
—¿Va muy lejos?— le preguntó gritando, Jacinto.
—Sí, como a trescientos kilómetros, porque soy maestra de frontera ¿sabe?, y voy a una escuelita de un pueblo medio perdido— Dijo la joven que tendría unos veinticinco años más o menos.
—Entonces le aconsejo que siga su camino —le dijo Jacinto, que cada vez tenía que gritar más porque los truenos producían un ruido terrible—. Ni se le ocurra ir hasta la villa, hágame caso.
—¡Muchas gracias señor pero no lo escucho bien, mejor sigo hasta la villa, adiós!
Y se fue ante el estupor del pobre hombre que, resignado, puso en marcha el auto rumbo a Buenos Aires. Ya en la ruta, miró por el espejo retrovisor a la pequeña para decirle:
—Merlina, tus amiguitos sí que no pierden el tiempo ¿no?
—A mí nunca me gustó mucho Julia —dijo la niña.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

La Villa Ilusa. Capítulo 5.

Resumen del capítulo anterior: Jacinto, otra vez en la hostería de Villa Ilusa, se siente secuestrado y decide hablar con una persona mayor y confiable, para que le explique qué pasa en ese extraño lugar. Descubre que la villa tiene una escuela para los niños y logra hablar con Julia, la maestra. Ella le cuenta todo sobre los niños, asegurándole que dominan el lugar, vuelan y hacen magia. Jacinto comienza a creer que a algunos de ellos los conoce. Recuerda de repente que la niñita que vio flotando frente a su ventana, había desaparecido unos meses atrás en Buenos Aires, el día que asesinaron a sus padres. Lo mismo le ocurre con otro de los niños. Julia le propone huir de allí juntos y le pide que regrese la noche siguiente para planear la huída.



Jacinto bajó de su cuarto tarde a desayunar porque durmió un rato después de su encuentro con Julia.
—Qué bien cocina señora, ¿aprendió aquí en la villa? —le dijo a la señora que le sirvió el desayuno.
—No, no aprendí acá —dijo la mujer dando media vuelta rumbo a la cocina.
‘’La trajeron para que cocinara’’, pensó.
Mientras desayunaba, entró al restaurante uno de los niños; tomándose su vientre y con cara de dolor se dirigió a uno de los hombres que también desayunaba. El hombre sacó de un maletín un estetoscopio y comenzó a auscultar al niño, mirándole también la lengua. Luego le dio un frasco con pastillas y le dijo que se fuera a la cama porque tenía anginas.
‘’Claro, necesitaban un doctor y por supuesto lo trajeron’’, pensó Jacinto, al ver la escena. ‘’Pero a mí, un vendedor de seguros de vida, ¿para qué?’’
Demasiadas preguntas daban vueltas por su cabeza y esperar hasta la noche para que Julia se las contestara era una eternidad. Se dirigió entonces al doctor:
—Doctor, me permite, tengo un fuerte dolor de cabeza que me está matando, ¿no tendría una aspirina o algo?
Mientras el supuesto doctor buscaba en su maletín, Jacinto disimuladamente comenzó a hacerle una pregunta tras otra.
—¿Cómo llegó hasta aquí, doctor? ¿Intentó irse alguna vez? ¿Hace mucho que vive en la villa?
—Tome una de estas aspirinas y si persiste el dolor tome otra a las dos horas —y siguió—: fue un día de lluvia, vi el cartel en la ruta y me dirigí hasta este lugar...
—Yo llegué de la misma manera...
—Todos lo hicieron de la misma manera, mi amigo —remató el doctor.

Mil cosas daban vueltas por la cabeza de Jacinto, que por supuesto quería saber más, cuando la voz de un niño lo interrumpió:
—¡Deje de hacer preguntas si no quiere que lo convierta en un sapo!
Jacinto se dio vuelta para encontrarse con el pequeño mago de la primera noche en la villa que lo miraba fijo y amenazante.
—Mirá, pibe, ya me están cansando, o terminamos con esta historia o llamo a la policía, porque yo sé quiénes son ustedes y van a ir a parar a un reformatorio si no se dejan de...
—No se gaste —dijo el doctor— acá no hay teléfono y los celulares nunca tienen señal.
—Sabe qué, doctor, ya estoy harto y no me voy a dejar intimidar por estos... nenitos… como todos ustedes lo hacen, agarro mi auto y me voy, y si alguien quiere seguirme que lo haga ¡ahora! —dijo enfurecido dirigiéndose hasta la puerta del restaurante, abriéndola con fuerza para salir afuera. Se paró frente a su auto estacionado junto a la vereda y se sorprendió un poco al verlo inmenso. De pronto una mosca pasó por frente a él: como un latigazo sacó su lengua y se la tragó.
‘’Soy un sapo, ¡Soy un sapo de verdad!’’, pensó entonces desesperado mientras veía cómo una suela blanca de zapatilla con un isotipo en forma de pipa, se aproximaba para aplastarlo. No pudo soportar tanto terror, y se desmayó.

Abrió los ojos y vio todo negro; con una tremenda angustia empezó a gritar:
—¡Estoy muerto, estoy muerto!
Mientras, se tocaba la cara, el pecho, todo, descubriendo que estaba vivo y que ya no era un sapo. Se levantó a oscuras llevándose por delante una silla que lo hizo caer al suelo. Tanteando y arrastrándose por el piso llegó hasta la ventana, descorrió las cortinas y gracias a Dios el cuarto se iluminó apenas por la luz de la luna. Suspiró aliviado aunque bastante agitado. Bajó las escaleras, salió a la calle y corrió hasta la escuela para encontrarse con Julia, la maestra.
A la puerta, una rana estaba paradita flanqueando la entrada, como esperándolo a él. Jacinto experimentó una nueva sensación de angustia al verla y gritó:
—¡Dios mío! Julia, ¿qué te hicieron?
Estaba a punto de ponerse a llorar cuando la puerta se abrió y apareció Julia suplicándole:
—Por favor Jacinto no grites...
—¡Ahhh!, qué alivio, creí que... No sabés de lo que son capaces estos pibes.

Una vez dentro de la escuela, Jacinto, completamente fuera de si, tomó a Julia de los brazos zarandeándola y rogándole:
—Por favor escapémonos ahora, no perdamos tiempo, ya no puedo soportar más estar en esta villa maldita. ¡Hoy casi me matan como a un pobre sapo indefenso!
—Tranquilizate, si no, no vamos a poder hacerlo, tranquilizate por favor. —Trataba de calmarlo Julia, que ya tenía experiencia con esos niños.
—Si tenés razón, perdoname pero me tenés que entender; a ver, tracemos un plan… ¿Qué hacemos?
—Los tenemos que matar—dijo Julia muy suelta de cuerpo.
—¿A quiénes?
—¡A los niños, por supuesto!
—¿Quééé? ¿Cómo vamos a hacer semejante cosa? ¡Ni loco! —gritó Jacinto alejándose de Julia como si hubiera recibido una corriente eléctrica.
—Es la única manera, y si no ¡te vas a quedar acá hasta que te mueras! —le gritó la joven maestra.

jueves, 5 de noviembre de 2009

La Villa Ilusa. Capítulo 4.

Resumen del capítulo anterior: Después de pasar la noche en la hostería y restaurante de Villa Ilusa, Jacinto Desanzo se apresta a seguir su viaje. Mientras se prepara, nota que una niña pequeña lo observa desde la ventana del primer piso de su cuarto. Se asusta al verla suspendida en el aire y, comienza a preocuparse y preguntarse por las cosas raras que pasan en ese lugar. Jacinto, luego, se dirige a su auto para irse lo más pronto posible de allí, pero, no logra arrancar el vehículo. Por arte de magia, un niño, le arregla el auto colocando su manito encima del motor. Jacinto se aleja por fin de ese lugar, pero se pierde en el bosque de pinos. Descubre, entonces, que varios niños lo han seguido para obligarlo a volver a Villa Ilusa.



Sentado en la cama de su cuarto, Jacinto sentía que era un hombre secuestrado; pensaba en mil maneras de escapar. Intentó usar su teléfono celular, aunque inútilmente: no había señal. Se propuso entonces hablar con alguna persona mayor de la villa que resultara confiable, para que le explicara lo que realmente estaba pasando en ese lugar tan raro. Se daba cuenta de que las dos anécdotas que siempre contaba: la de la mujer luminosa que le hizo señas en la ruta para que se detuviera y, el OVNI que lo persiguió un miércoles, no eran nada comparadas con esto. Eso lo alegró, tener tres para contar aumentaría seguramente su popularidad.

Dejó su cuarto, cruzó todo el restaurante ante la indiferencia de los presentes y salió a la calle. El sol brillaba, muy poca gente caminaba por la villa y todos parecían ocupados. No se veía a ningún niño. Jacinto caminó observando todo con detenimiento y preguntándose de qué diablos vivían los pobladores en ese lugar, si no había ninguna tienda o fábrica o lo que pareciera ser una fuente de ingresos. Las pocas casitas eran coquetas, con plantas y flores en sus jardines bien cuidados. Algunas mujeres estaban atareadas regando esas flores; un hombre pintaba la pared de una casita y otro arreglaba una cerca. Hasta que llegó a una de esas casas de la que oyó una voz de mujer dando una clase de matemáticas. Miró por la ventana y vio a todos los niños sentados a sus pupitres escuchando a la que parecía ser la maestra. Ella aparentaba tener unos veinticinco o treinta años aproximadamente, bastante bonita pero un poco demacrada, lo que hacía difícil saber exactamente su edad. La mujer lo descubrió y le suplicó con los ojos que se alejara del lugar. -‘’Ya está, ella me va a decir qué pasa en este pueblo maldito’’- pensó complacido alejándose de ahí, pero quedándose a una distancia considerable, esperando a que la clase terminara.

Todos los niños salieron tomando en distintas direcciones; una de las niñas de unos tres años pasó por delante de él mirándolo todo el tiempo; era rubiecita, de ojos claros, muy dulce su mirada y a Jacinto le pareció que la conocía. -‘’La nenita, sí, la nenita de la ventana, es ella’’- pensó mientras la observaba alejarse. -‘’Pero, ¿de dónde la conozco? Además ahora que lo pienso el pibe que puso la mano encima del carburador se parece a...’’
La salida de la maestra interrumpió el pensamiento del hombre, que rápidamente corrió a su encuentro.
­-Señorita, por favor quisiera hablar con usted un momento...
-Señor, es que nos están vigilando- dijo nerviosa, la maestra.
-¿Vigilando?- se sorprendió Jacinto mirando para todos lados y, descubriendo a varios de los niños que, desde distintos lugares de la villa, parecían estudiar sus movimientos.
La maestra, alejándose, le dijo:
-Esta noche muy tarde lo espero en la escuela, y no se preocupe por ellos, tienen que dormir...
Volvió a la hostería y restaurante satisfecho, porque ahora sí iba a poder hablar con alguien que le quitara todas sus dudas.

Una sombra cruzó la calle desierta en esa noche de luna en dirección a la escuela de la villa. Jacinto golpeó la puerta un par de veces con mucho cuidado y ésta se entreabrió apenas. La maestra se asomó. Ahora sí, estaba a solas con una persona mayor para enterarse de quienes eran estos niños misteriosos y del por qué de la sumisión de los pobladores de la villa.
-¿Qué pasa aquí señorita...?- arrancó sin perder tiempo.
-Julia, me llamo Julia, y estoy en la Villa Ilusa desde hace casi dos años...
-¿Entonces usted no es de aquí?
-Nadie es de aquí- siguió Julia -ni siquiera los niños, o, digamos que ellos son los que dominan el pueblo...
-¡Pero si son chicos! Chicos raros y qué se yo, pero...
Julia lo interrumpió.
-Yo quiero irme de acá y sé que usted también, por eso me tiene que ayudar a escapar...
-¿A escapar? Pero entonces somos prisioneros... ¡De unos niños! No entiendo nada... Hagámoslo ahora que están durmiendo, que vamos a esperar...
Jacinto Desanzo no comprendía por qué nadie aprovechaba el momento en que los niños dormían para huir de la villa. Entonces Julia, le explicó, que nadie lo había logrado porque en cuanto se alejaban, se perdían en el bosque de pinos. A algunos, los niños los encontraban vivos después de varios días y los traían de vuelta a la villa, pero otros morían de hambre y sed en el intento. Esto para Jacinto ya era demasiado, le temblaban las piernas.
-Pero Julia, ¿de dónde salieron estos chicos? Le juro que a una de las niñas, una rubiecita de unos tres o cuatro años, estoy seguro de que la conozco de algún lado, no sé...
-Ella llegó hace unos cinco meses más o menos, es la más nueva...
-¿Sola? ¿Llegó sola? ¡Pero es muy pequeña!- se sorprendió -No puede ser que...- De pronto se acordó -¡Ya sé quién es esa nena! Salió en todos los diarios y en la tele hace como… ¡Cinco meses! ¡Sííí!, me acuerdo, desapareció de su casa la noche que asesinaron a sus padres allá en Buenos Aires, todo fue muy confuso, si hasta se pensó en un secuestro...
-Exacto- dijo Julia -igual que los otros, siempre desaparecieron y sus familias fueron asesinadas...
-¡Claro! El chico que me arregló el auto… También su cara apareció en todos lados- casi gritó Jacinto y, siguió susurrando como si fuera a contar un secreto: Su padre era un mago bastante famoso, que se llamaba... Se llamaba, bueno no me acuerdo pero lo mataron ahorcándolo con uno de esos pañuelos de colores que usan para sus trucos, y a su hijo nunca pudieron encontrarlo...
-Y así todos; todos llegaron de la misma manera- le aseguró Julia.
-Pero ¿usted piensa que mataron a sus padres? Eso es terrible Julia, no puede ser, son niños, imagínese a esa chiquita rubia asesinando, no, no puede ser…
Jacinto caminaba de un lado a otro de la sala de la escuela, pensando y realmente confundido, la situación era bastante siniestra e incomprensible.
-Lo que no entiendo es lo de la magia, los poderes que tienen... El chico cuyo padre era mago, debe haber aprendido algunos trucos, pero los demás...
-Todos tienen un pasado de magia, por algún familiar o naturalmente...
-¡Sííí!!, ahora me acuerdo que cuando se investigó la desaparición de esa niñita rubia, se encontró un diario que escribía la madre en el que aseguraba que su hija era capaz de volar, claro que se tomó como una metáfora... Que volaba con la mente o algo así...
A Julia no parecía sorprenderle lo que él decía.
-Ella vuela, se lo aseguro, y no es la única...
-Sí, ahora ya me imagino que no es la única, pero decime... Perdón, ¿puedo tutearte, Julia?
-Por supuesto que sí, pero... ¿Usted como se... Cómo te llamás?- Una sonrisa seductora acompañó esta pregunta. A él le gustó, después de todo no le vendría mal una nueva novia.
-Jacinto, Jacinto Desanzo.- Le dio la mano ruborizándose un poco y la sintió cálida y confiable. Luego de un largo segundo de silencio siguió interrogándola: ¿Por qué están en esta villa los chicos? ¿Por qué estamos nosotros acá? ¿Sabés, Julia, algo de esto?
Julia se acomodó en la silla frente a su escritorio de la escuela, y comenzó a darle a Jacinto su explicación:
-Cada uno de los mayores que estamos aquí fuimos traídos por alguna razón. A mí por ejemplo, para darles clases, después de todo ellos tienen que aprender. Y los niños magos no sé porque están en este lugar perdido, pero debe haber una razón...
-Pero Julia, a mí, ¿para qué me quieren? Si yo solo soy un vendedor de seguros de vida...
-No se Jacinto, pero ahora será mejor que te vayas porque está amaneciendo, esta noche volvé que tenemos que planear la huída.