Resumen del capítulo anterior: Mientras Jacinto desayuna en el restaurante de Villa ilusa, después de su encuentro con Julia, la maestra, descubre que uno de los parroquianos es médico al verlo atender a un niño. Se acerca a él con la excusa de que le duele la cabeza y, mientras el doctor lo atiende, Jacinto lo ataca a preguntas para saber más de ese lugar. Un niño le advierte que no haga tantas preguntas porque si insiste lo convertirá en sapo. Jacinto, indignado y cansado por la situación, se dirije a su auto para irse de allí una vez más. Entonces, el niño lo convierte en un sapo. Se desmaya del terror. Cuando despierta, nuevamente humano por suerte, corre a la escuela desesperado para pedirle a Julia que lo ayude a escapar ¡ya!. La maestra le dice que la única manera de hacerlo es matando a los niños de la villa.
El niño mago, capaz de convertir a Jacinto en un sapo, dormía, como todos los niños, plácida y profundamente, totalmente desparramado en la cama del pequeño cuarto de una de las casitas de la villa. Una tenue luz de la luna que entraba por la ventana, con la persiana levantada, lo iluminaba. Julia tomó la decisión de eliminarlo primero, porque lo consideraba el más peligroso. Para Jacinto tenía toda la pinta de un angelito, peligroso, sí, pero angelito al fin.
—Cómo quedamos, yo empiezo con este y vos seguís con el segundo y así sucesivamente. ¿Ok, Jacinto? —susurró Julia mientras levantaba, con furia en sus ojos, un enorme cuchillo de cocina para clavarlo en el pecho del niño dormido.
Julia se puso firme con sus dos manos levantadas sosteniendo el cuchillo y apuntando al niño. Cerró los ojos y cuando se aprestaba a clavárselo en el corazón, recibió un tremendo golpe en la cabeza que la desmayó instantáneamente. Jacinto, que en su mano sostenía un pedazo de un jarrón que por suerte vio de pronto encima de una mesita, se quedó mirando a Julia tirada en el piso rodeada de los pedazos del resto del jarrón.
El tremendo ruido del golpe producido por el jarronazo, despertó bruscamente al niño, que asustado gritó dos veces “¡Mami, mami!”, quedándose con sus ojitos bien abiertos, mirando la escena quieta de Jacinto con el resto del jarrón en la mano derecha, parado al lado de la desmayada Julia con el cuchillo de cocina todavía en las manos.
—¡Ah! ¡Ahora llamás a tu mamá después de que la mataste, maldito asesino, debería haber dejado que Julia te matara! —le gritó al niño, furioso.
En ese momento entraron a la habitación tres de los niños que dormían en otros cuartos.
—¿Qué pasó? ¿Está muerta? ¿Por qué tiene un cuchillo? —preguntaban al unísono, mientras el más chiquito casi llorando, solo repetía que tenía mucho miedo.
El niño mago, después de unos segundos de confusión, reaccionó:
—¡Julia me iba a matar! ¡Lo iba a hacer con ese cuchillo! Pero Jacinto le pegó con el jarrón y me salvó...
Todos se quedaron mirando al hombre que no sabía si lo que había hecho estaba mal o bien porque, ahora sí, creyó que de esa villa no salía más.
—Despierten a todos, tenemos una junta —dijo el niño mago, ordenándole a Jacinto que fuese hasta el restaurante y esperara allí.
Solo en el restaurante, nuestro héroe pensaba qué podían estar decidiendo en esa junta. Quizás eliminarlo, o volverlo a convertir en sapo o felicitarlo por haberle salvado la vida al niño mago o nombrarlo el nuevo maestro, pero no, esto último no porque él era solo un vendedor de seguros. Mientras se paseaba por entre las mesas y sillas del local, un poco nervioso por la situación, trataba de imaginarse cómo sería una junta de niños: absurda seguramente.
De pronto, una docena de niños de la villa entraron al restaurante. Llegaban todos en pijamas; los más chiquitos, abrazados a sus ositos de peluche, pero tan serios como siempre. Jacinto pensó, ‘’Dios mío, de lo que son capaces estos pibes y lo tiernitos que parecen, si hasta se asustaron cuando vieron a Julia tirada en el piso’’.
Todos se pararon en silencio frente a él, generando un momento de incertidumbre que inquietó un poco al hombre. De pronto, desde la parte alta del restaurante, bajó las escaleras el cantinero, que con mucha tranquilidad se colocó delante de los niños, enfrentando a Jacinto que ahora esperó que sucediera algo; bueno o malo, pero con esperanzas de que sea bueno, después de todo era un héroe.
—Don Jacinto —comenzó diciendo el cantinero—. Ya estoy enterado de lo que acaba de suceder, los chicos están convencidos de que usted le salvó la vida a David.
—¡Ah! El niño mago se llama David... Claro, si es mago como Coperf...
—Además —lo interrumpió el cantinero—, ellos piensan que de esta manera les salvó la vida a todos, aunque, mi amigo, yo creo que usted llegó con Julia a la habitación con un plan y luego se arrepintió, ¿o no?
—¡Noooo! —dijo el pobre muy nervioso—. Yo sería incapaz de...
—Mire, don Jacinto, es mi opinión contra doce así que yo respeto la decisión de ellos.
—¡Claro! —suspiro Jacinto…—. ¿Y cuál es la decisión que tomaron? —preguntó intrigado y con más esperanzas todavía.
—Dejarlo ir —remató David.
A Jacinto se le iluminaron los ojos, casi se le llenaron de lágrimas; pensó: "Por fin me voy a ir de esta maldita villa". Y también pensó: ‘’Qué tontos que son, cuando llegue a la primera ciudad los voy a denunciar, voy a ir a la televisión, a la radio y todo el mundo se va a enterar de dónde están todos estos chicos desaparecidos que además son unos asesinos y secuestradores’’.
—Pero no se va a ir solo —lo volvió a la realidad David.
A Jacinto se le cayó el alma a los pies.
—¿Cómo que no me voy solo?
—Merlina se va con usted —dijo el cantinero.
—¿Me qué…? ¿Qui... quién es Mer... Merlina? —tartamudeó y le tembló la voz.
—Soy yo —se escuchó tímidamente. La vocecita, provenía de la rubiecita de tres años, que había visto en la ventana aquella primera mañana en la villa.
El cantinero siguió hablando:
—Merlina extraña a su familia, ella es muy chica todavía y fue un error traerla de tan pequeña, ya tendrá tiempo de volver con nosotros para prepararse.
—Perdón… —se envalentonó el ocasional héroe de la noche—. Cada vez entiendo menos: ¿prepararse para qué? y además, está bien que extrañe a su familia estando sus padres muert...
—Para ella no... —no lo dejó seguir el cantinero—. Sus padres están viajando por el mundo y su abuela la está esperando en la casa. En esa casa a la que usted la va a llevar y de esa manera se convertirá en guardián de la niña.
—¡Ah claro! ¡Ahora entiendo lo de los seguros de vida!, y… ¿Quéééé? —gritó Jacinto con una sonrisa irónica y de asombro a la vez—. Ni loco. ¿De qué están hablando? Yo no pienso ser guardián de nadie, yo ¡vendo seguros de vida!, pero no le doy seguridad a nadie ¿me entienden?... Y sí, qué me miran… De algo hay que vivir…
—Prepárese para salir y tenga mucho cuidado con lo que dice fuera de la villa, Merlina lo va a vigilar siempre. —Fue David esta vez el que habló con mucha energía en su voz.
“Mejor me callo y en cuanto me vaya me deshago de este monstruito y listo”, pensó para sus adentros nuestro hombre, y decidió no discutir más.
La pequeña Merlina y Jacinto ya estaban listos para partir. Antes de hacerlo, quiso saber qué había pasado con Julia:
—Decime David ¿qué hicieron con Julia? ¿La mataron acaso?
—No se preocupe, ella va a estar bien aquí —le contestó el niño mago.
Salieron a la calle donde seguía estacionado el viejo Ford. Merlina fue rodeada por todos los niños para una despedida bastante emotiva, con la promesa de que pronto todos iban a encontrarse de nuevo. Jacinto abrió la puerta de atrás del auto para que la pequeña subiera y se acomodara para un largo viaje, cuando de pronto apareció corriendo por la calle un pequeño cerdito que fue directamente a morder y tironear la botamanga de su pantalón. El pobre no sabía como desprenderse del porcino.
—¡Pero! ¿Qué le pasa a este chanchito? —protestó.
David, tomó al cerdito con sus dos manos y comenzó a acariciarlo diciéndole al molesto Jacinto:
—Es una cerdita… Un poco juguetona… Perdónela.
—Bueno, está bien, decime, la van a poner bien gordita para hacer un asadito, ¿no? ¡Je! —dijo en broma Jacinto. La cerdita entonces empezó a chillar más fuerte y desesperada, mirándolo con los ojos desorbitados.
—Pobre... Parece que no le gustó. —Y lanzando una carcajada subió al auto, lo puso en marcha y esta vez, por supuesto, arrancó.
Con el brazo fuera del auto a modo de saludo, se fue alejando de la villa, feliz por volver a la civilización. No había hecho más de 500 metros por el camino de tierra en busca de la ruta, la que, estaba seguro, esta vez iba a encontrar, cuando se largó de golpe una lluvia torrencial. Temió por un momento perderse, hasta que allí, a unos treinta metros, vio el ansiado asfalto y el cartel que señalaba: VILLA ILUSA 1 KM.
Estaba por llegar al punto de partida de esa pesadilla vivida, cuando un pequeño auto salió de la ruta tomando el camino a la villa. Desde el autito le hicieron luces para que se detuviera; Jacinto lo hizo bajando la ventanilla para ver mejor al conductor. Era conductora.
—Dígame señor, ¿en Villa Ilusa hay un lugar donde parar?, porque esta tormenta es terrible y me da un poco de miedo viajar así.
—¿Va muy lejos?— le preguntó gritando, Jacinto.
—Sí, como a trescientos kilómetros, porque soy maestra de frontera ¿sabe?, y voy a una escuelita de un pueblo medio perdido— Dijo la joven que tendría unos veinticinco años más o menos.
—Entonces le aconsejo que siga su camino —le dijo Jacinto, que cada vez tenía que gritar más porque los truenos producían un ruido terrible—. Ni se le ocurra ir hasta la villa, hágame caso.
—¡Muchas gracias señor pero no lo escucho bien, mejor sigo hasta la villa, adiós!
Y se fue ante el estupor del pobre hombre que, resignado, puso en marcha el auto rumbo a Buenos Aires. Ya en la ruta, miró por el espejo retrovisor a la pequeña para decirle:
—Merlina, tus amiguitos sí que no pierden el tiempo ¿no?
—A mí nunca me gustó mucho Julia —dijo la niña.
Mejor avísame del lugar donde está el desvcio de Villa Ilusa, porque siendo profe igual corro peligro. ;)
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