Resumen del capítulo anterior: A Jacinto Desanzo, una noche de tormenta, lo sorprende en la ruta viajando en su auto. Por suerte, ve un cartel en la banquina que indica a la derecha: VILLA ILUSA 1 KM. Toma el camino encontrándose con unas casitas y una hostería y restaurante en un bosque de pinos. Pide un cuarto para pasar la noche. Mientras se lo preparan en el primer piso de la hostería, le sirven un plato de comida caliente. Comienza a comer y, nota que un niño de doce o trece años lo observa con interés. Lo llama, el niño se acerca, y entonces Jacinto le hace un truco: alarga su mano hasta la oreja del niño sacándole una moneda. El niño lo sorprende haciéndole lo mismo a Jacinto, pero sacándole de la oreja un ramito de flores.
Jacinto Desanzo ya ronda los treinta y ocho años; soltero y con no mucha suerte para el amor, aunque, una que otra novia supo tener en alguno de los pueblos que visita vendiendo una prometida vida mejor, a aquellos que pierden algún ser querido. Tampoco se puede decir que es un hombre guapo, pero su simpatía y aparente bondad, a veces lo hacen atractivo para alguna dama desprevenida. De niños ni hablar, para él son pequeñas molestias en la vida de los mayores y, teniendo en cuenta que no recuerda casi nada de su niñez, está seguro de que jamás hubiera sido un buen padre, y tampoco casarse está en sus planes.
Se levantó a la mañana descubriendo que era un hermoso día de sol, lo que lo alegró, porque seguiría su viaje tranquilamente. Se duchó, se cambió, y mientras guardaba sus cosas en un bolso para luego ir a desayunar y marcharse, otra vez sintió que alguien lo observaba. Era una niña de unos tres o cuatro años que lo miraba desde la ventana. Jacinto la miró con aire distraído, le hizo una mueca simulando una sonrisa y siguió preparando su bolso; cuando de pronto reaccionó y se dijo a si mismo casi gritando: -¡pero si estamos en un primer piso!- Corrió hacia la ventana y vio a la niña suspendida en el aire. Se restregó los ojos porque no creía lo que veía y cuando volvió a mirar, la niña ya no estaba. Tembló de miedo pensando que la pequeña se había caído, y la vio, allá abajo alejándose caminando por la calle, mientras giraba su cabecita para mirar por sobre el hombro, la cara de asombro de un hombre que ya se preguntaba algunas cosas.
Mientras le pagaba su noche al cantinero, Jacinto le contó de su experiencia con la niña, pero el hombre de la barra no le prestó mucha atención.
Resignado se dirigió a su auto, se subió y giró la llave para darle arranque; pero no lo logró. Lo intentó una y otra vez y nada: parecía estar ahogado. Maldijo en voz alta y se dio cuenta de que dos nenes y una nena lo miraban. Se puso nervioso.
Se bajó del auto, abrió el capot mientras murmuraba: -El carburador debe estar húmedo- y se quedó mirando el motor, del que y a pesar de sus interminables viajes por ruta, no tenía ni la menor idea de cómo funcionaba. Jamás le interesó la mecánica. -¿No habrá un mecánico por acá?
Los tres niños ahora estaban a su lado observándolo todo. Ya para Jacinto, esto se estaba poniendo insoportable cuando uno de ellos levantó la mano, la puso encima del carburador por unos segundos, y luego la retiró para volver a mirar fijo al hombre que se quedó un rato sosteniendo la mirada del niño con cierta desconfianza.
-No, no puede ser, esto para mi es demasiado, no puedo creer que...
Subió otra vez al auto, giró la llave con mucha expectativa y este arrancó. Cerró el capot, miró al pequeño que aparentemente le había arreglado el auto mágicamente, intentó decirle algo pero volvió a subir poniendo primera y se alejó por el mismo camino por el que había llegado la noche anterior.
-Estos pibes deben estudiar magia o algo así, estoy seguro, ¿pero en este pueblo perdido? Seguro que lo hacen por correspondencia; también con lo que deben aburrirse aquí, si no hay nada, cuatro casas locas... ¿Pero qué estoy diciendo? ¡Arrancó de casualidad!
Jacinto pensaba en voz alta todas estas cosas, como siempre lo hacía relojeando el asiento de al lado, mientras trataba de acercarse a la ruta lo más pronto posible, hasta que se dio cuenta de que ya llevaba como cuatro kilómetros recorridos. Paró el auto. Adelante sólo se veían pinos, pinos y más pinos y se dijo a sí mismo: -Me debo de haber equivocado de camino, es que anoche estaba tan oscuro que... Mejor doy la vuelta y... Dios, ¡no puede ser!
Cuando miró por el espejo retrovisor para dar vuelta el auto y volver, vio a unos diez metros detrás, a varios niños y niñas parados en el camino observándolo. Evidentemente lo habían seguido, ¿pero cómo? Sintió pánico, realmente estaba asustado. Respiró hondo, descendió del auto y, envalentonado, enfrentó a los niños acercándose con cuidado.
-¿Cómo diablos llegaron hasta acá? Si hice como cuatro kilómetros. ¡Ah! Ya sé, seguro di vuelta en círculos y estamos otra vez en la villa…- Mientras les hablaba, miraba nervioso de un lado a otro buscándola -¿dónde está que no la veo?
-No- dijo el niño que la noche anterior le había sacado el ramito de flores de la oreja y que parecía ser el mayor de todos, -estamos lejos de la villa y ahora todos vamos a volver...
-¿A volver? Yo voy a encontrar la ruta y me voy a largar de aquí pequeños brujos hijos de…
Los niños se hicieron a un costado del camino y Jacinto, apretando los dientes por la rabia que sentía, dio vuelta sobre sus talones para dirigirse al auto, quedándose petrificado por lo que veía. El vehículo ya apuntaba para volver; se había dado vuelta solo. Se pegó un susto terrible. Resignado y temblando, manejó su auto sabiendo con lo que se iba a encontrar: la Villa Ilusa y su hostería y restaurante.
-¿Quiénes son estos chicos? Tienen poderes, me trajeron de vuelta hasta acá y yo lo único que quiero es irme...
-Su habitación está lista- fue la tajante respuesta del cantinero.
Esto se está poniendo bueno...
ResponderEliminarMmmm, qué intriga!
ResponderEliminarPorfa....editalo en papel, con todos los dibujos. Me encantaría tenerlo para que cuando las niñas sean grandes lo puedan leer.
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